dijous, 27 de desembre del 2012

PUBLICO EN EL PERIÓDICO: "INCENDIS", LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL

No es fácil desarrollar una identidad invidual y colectiva que incluya todo aquello que somos

Jueves, 27 de diciembre del 2012 
 SAÏD EL KADAOUI
Recientemente he viajado a Panamá para participar en unas jornadas sobre adolescencia e identidad. En esta etapa de la vida, la búsqueda de la propia identidad se pone en marcha y necesita de un entorno que les invite a no conformarse con respuestas unívocas y los anime a explorar su propia complejidad. La gran mayoría de la población es consciente de que, pese a sus orígenes diversos, todos son panameños. En Europa, en cambio, solemos definirnos y definir al otro solo en función de su origen. Nos cuesta mucho considerar europeos a muchos de los hijos de las últimas migraciones. Esto tiene consecuencias. Una es que en periodos de crisis, mucha gente se siente tentada a considerarse con más derechos que el resto y se normaliza el discurso xenófobo. Primero los de casa, como si esta casa no fuera la de todos.

 CATALUNYA no es una excepción. Aquí nos cuesta pensar en un niño que se llame Mohamed como catalán. Pero tener el catalán como lengua vehicular en las escuelas ha facilitado que no se segregue a nadie por razones de lengua. El resultado es que todos los que cursan su escolaridad en Catalunya acaban hablando catalán y castellano. Los hijos de las últimas migraciones también. Esto contribuye a que las personas que vinimos de otros lugares del mundo nos sintamos catalanes. ¿Por qué entonces Wert nos presenta un proyecto de ley que quiere cargarse una de las cosas que ya funcionan bien? Nuevamente, las tensiones identitarias. El nacionalismo recalcitrante siempre quiere someter al otro. Colonizarlo. Transformarlo. Borra sus particularidades. Desarrollar una identidad individual y colectiva suficientemente amplia como para incluir todo lo que somos no es fácil. Si no lo hacemos, dejamos de herencia una vida y una sociedad fragmentadas.
 En su ensayo Reflexiones sobre el exilio , Edward Said cita a Hugo San Víctor: «El hombre a quien su tierra natal le parece dulce es aún un principiante tierno; aquel para quien toda la tierra es su tierra natal es ya fuerte; pero el hombre perfecto es aquel para quien el mundo entero es una tierra extraña». Asumir esta extrañeza es muy difícil. Nos da miedo. Tendemos a proyectarla en el otro y entonces la maquinaria del odio se pone en marcha.
 Hace unos meses vi en el Romea la obra Incendis . Tres horas y cuarto de adrenalina, de sentimiento, de preguntas, de confrontación con una realidad dura. Salí trastocado, sacudido, emocionalmente agotado pero, a pesar de todo, feliz por lo vivido. Una obra de teatro que bien podría ser un toque de atención, un reflejo de aquella parte del alma humana que nos ocupamos de ocultar, de apartar y de proyectar en los demás. Dos hijos gemelos que se ven obligados a indagar la historia de una madre que después de su muerte les anuncia, vía notario,ue hay un padre y un hermano que se deben encontrar. Dos países en los que buscar. La inevitable búsqueda de los orígenes para poder seguir viviendo.
 «La memoria está ligada a la capacidad de mirar de frente los traumas colectivos», dice el autor, Wajdi Mouawad , dramaturgo libano-canadiense. Eso es lo que tendrán que hacer Simon y Jeanne –los gemelos– y lo que ha tenido que hacer la madre
 –Nawal– que, al conseguir cerrar el círculo de su vida, se encuentra con una verdad que la lleva al silencio y posteriormente a la muerte. La historia de una generación no se acaba con ella. Le sigue otra que tiene que hacer parte del trabajo si no quiere caer en las mismas trampas. De eso no se encarga ninguna sociedad. Ninguna persona. Nazira, laabuela de Nawal, le suplica que aprenda a ser, a luchar, a leer, a pensar, a no conformarse para romper el hilo del odio que conlleva una vida sin belleza a su alrededor.

 EN UNO DE LOS pasajes de la obra, el médico de un orfanato donde habían ido a parar Nawal y su amiga Sawda les dice que se han llevado los niños de allí. «¿Por qué?», le pregunta Sawda. Y la respuesta no podía ser más lúcida. «Para vengarse. Hace dos días, los milicianos colgaron a tres refugiados adolescentes que se aventuraron fuera de los campos. ¿Por qué colgaron los milicianos a los adolescentes? Porque dos refugiados del campo habían violado y matado a una chica del pueblo. ¿Por qué violaron aquellos dos hombres a la chica? Porque los milicianos habían lapidado a una familia de refugiados. ¿Por qué (...)?
 La historia puede proseguir aún mucho más tiempo, de hito en hito, de cólera en cólera, de pena en tristeza, de violación en asesinato, hasta el comienzo del mundo. Me atrevo a decir que nos conviene ver esta obra, leerla, nos conviene descubrir a Wajdi Mouawad porque de lo que se trata es de saber que a todos nos habita la belleza y la fealdad, el amor y el odio, la luz y la oscuridad, el bien y el mal. Nos conviene saberlo para hacer frente al hijo del odio.
 Hacer frente al odio –y no negarlo– es lo que a los niños les puede permitir llegar a vivir en una sociedad más inclusiva.

 Psicólogo y escritor
 Leer en El Periódico, pincha aquí

Llegir en català a El Periódico, clica aquí 

2 comentaris:

  1. Estoy totalmente de acuerdo con tu reflexión. Cuando Durán y Lleida se dijo preocupado porque en Catalunya naciesen más Mohammeds que Jordis también yo intentaba reflexionar sobre la pertenencia. Es@s "inmigrantes de segunda generación" y esas identidades "puras" fijadas en el tiempo y absolutamente inexistentes. No somos: estamos siendo. Y estoy convencida que nuestra única opción de futuro es precisamente esa: el ir siendo sobre la marcha, sumando, sumándonos.
    (Con tu permiso, publico extracto en el blog, con redirección a este, por supuesto)
    http://perderelnorte.com/guerra-migratoria/gente-pura-y-catalanes-imperfectos/

    ResponElimina
  2. Gracias Brigitte!
    Me gusta tu blog. Nos vemos un dia!

    ResponElimina