dissabte, 25 de maig del 2013

POR EL DERECHO A DECIDIR, publico un nuevo artículo en ELMONOPOLÍTICO



 


Leer artículo en el Monopolítico

Texto completo:
A finales de 2003 tuvimos en Catalunya un cambio de Gobierno que nos ilusionó a muchos. Creo que, aunque hubiera sido militante de Convergència i Unió (que no es ni mucho menos el caso), habría celebrado el cambio. Veintitrés años en el Gobierno son muchos, y la alternancia en el poder es uno –tan sólo uno, per importante– de los indicadores de la buena salud de la democracia.
Así que muchos recibimos con ilusión el cambio. Un Gobierno progresista y catalanista (que, recordémoslo, no siempre equivale a nacionalista) era posible, y Pasqual Maragall parecía ser el representante adecuado de estos dos ejes de la política catalana. Y estaba decidido a solucionar un problema estructural del país. Quería reformular la relación Catalunya-España y proponía insistentemente una revisión federalista de la Constitución. En su discurso de investidura dijo que si España era plural permanecería unida, y si se entestaba en ser única, tarde o temprano, irremediablemente, se rompería. También dijo que Catalunya quería una España plural que defendiera y promoviera como una riqueza irrenunciable todas las lenguas y culturas. Es el Estado, decía, quien debe defender el catalán. Actuaciones sospechosamente partidarias de la enseñanza oficial del valenciano como diferente del catalán van en la dirección contraria de lo que debería ser el camino de la riqueza y la responsabilidad compartida. (¡Imaginen qué debe de estar pensando ahora que al valenciano le sumamos también el Lapao! )

Esta visión de la España plural la compartía una buena parte de la Convergència i Unió de Jordi Pujol .  La diferencia principal era que Pasqual Maragall estaba decidido a hacer algo: un nuevo Estatut y la reforma de la Constitución eran sus dos principales propuestas.

Ya sabemos el final de la historia: un Estatut cepillado tras salir del Parlamento catalán y una Constitución intocable (salvo cuando lo dicta Merkel, claro).

Es decir, en nuestra historia reciente (ya no hace falta ir a hasta Azaña para encontrar un discurso interesante de un político sobre la vertebración de España) ha habido un político de nivel que ha intentado que la relación España-Catalunya no se rija solamente por la inevitable conllevancia de la que hablaba Ortega y Gasset, sino por, si se me permite, una cierta alegría de estar juntos. No fue posible y, hay que decirlo bien claro, no solamente por la visión centralista del Partido Popular, sino también, y especialmente, porque el PSOE tiene un alma jacobina que se impone siempre que se abre el debate territorial. Y es una lástima:  Zapatero, que tanto había exaltado las virtudes de la España plural cuando estaba en la oposición, nada relevante hizo por ella cuando estuvo en el Gobierno, salvo pactar el redactado final del Estatut con… Artur Mas (en aquel entonces en la oposición). Con esta acción propinó una inmerecida humillación al por entonces president, que, insisto, con todos sus defectos, que los tenía, y con toda su debilidad política, que era evidente (y llegaba a ser incluso estética: no había forma de verlo a él sólo. Siempre aparecía secundado por el conseller en cap de Esquerra republicana y el conseller de relacions institucionals de iniciativa per Catalunya, reclamando la cuota de protagonismo para sus correspondientes partidos), intentó hallar un encaje más cómodo y fructífero de Catalunya en España.

No fue posible, y de esas aguas, estos lodos. Por eso no estoy del todo de acuerdo con el análisis que hace una buena parte de la izquierda y, por supuesto de la derecha nacionalista española, de que el president Mas instrumentaliza a los catalanes con la independencia. No es solamente un paso a la acción, una huida hacia delante; es también un paso lógico teniendo en cuenta la cerrazón de los dos partidos mayoritarios españoles. La falta de voluntad para solucionar un problema de encaje que existe. Y si lo recordamos bien, entre el president Maragall y el president Mas, hubo otro president, Montilla, que ya avisó del riesgo de desafección. Y la desafección tiene estas cosas.

La negación del conflicto no puede ser la solución. Es más, ya está suficientemente demostrado que contribuye a agravar el problema.

Visto todo esto no me extraña en absoluto que buena parte de los partidarios del federalismo (entre ellos, un servidor) esté de acuerdo con el pacto nacional por el derecho a decidir y por la realización de la consulta. Es lo mínimo que se puede exigir. Y, atención, ya hay federalistas (véase las tesis del diputado de Iniciativa Jaume Bosch) que piensan que para  llegar al federalismo primero hay que conseguir la independencia.
Saïd El Kadaoui

diumenge, 19 de maig del 2013

RECOMIENDO ESTE LIBRO: RUE DES VOLEURS, DE MATHIAS ÉNARD

CITA: "il lui restait la force des pauvres et des révolutionnaires, il disait un jour Lakhdar, un jour je pourrai vivre décemment en Tunisie, plus besoin de Milan, de Paris ou de Barcelone, un jour tu verras, et moi qui n'avais pourtant jamais réellement voulu quitter Tanger, qui n'avais jamais vraiment partagé ces rêves d'émigration je lui répondais qu'on serait toujours mieux bien planqués dans le Raval, dans notre palais des ladres, à regarder le monde s'effondrer,() et ça l'a fait rigoler"


El viaje de Lajdar a la calle Robadors

Mathias Énard narra la epopeya de un marroquí simpapeles que vive la revuelta de los indignados en la plaza Catalunya

 Xavi Ayen, La Vanguardia, 14/3/2013 (pincha aquí para leer en La Vanguardia)
 La prensa francesa se ha ocupado atentamente de la calle Robadors de Barcelona, desde septiembre del año pasado. La revista Paris Match, los informativos de televisión, diarios como Le Monde o Le Figaro, y hasta revistas como Le Magazine Littéraire han dedicado amplio espacio a esta estrecha vía que comunica las calles Hospital y Sant Pau.

¿Qué le sucede a esta callejuela para ser objeto de tanto mimo mediático? Pues que en ella se ambienta la última novela del francés Mathias Énard (Niort, 1972), Calle de los Ladrones (Mondadori/Columna), que narra cómo un joven marroquí, Lajdar, es expulsado de la casa paterna en Tánger -tras haberse solazado ilícitamente con su prima- e inicia una errancia por varios lugares y ocupaciones, que finalizará en Barcelona en la época en que la plaza Catalunya estaba llena de indignadas tiendas de campaña.

Énard es -digámoslo ya- uno de los novelistas europeos más interesantes, e incluso importantes, de la actualidad. En La perfección del tiro (2003) se metió en la piel de un francotirador; en Remontando el Orinoco (2005) buceó en un triángulo amoroso; Zona (2008) era un relato épico y mediterráneo en una sola frase de más de 400 páginas, sin puntos, y en Habladles de batallas, de reyes y elefantes (2010) nos trasladaba al viaje que hizo Miguel Ángel a Constantinopla a principios del siglo XVI. Son registros muy diferentes, pues él ve cada obra "como un paso que me permite avanzar hacia la gran novela que escribiré algún día". Énard, que habla árabe y persa -entre otros muchos idiomas-, señalaba, ayer por la mañana, bajo la lluvia, y ante la curiosa mirada de una decena de prostitutas con cara de sueño, los lugares clave en su ficción: "¿Ven? Este es el piso donde vive el protagonista; fue mi estudio durante dos años". El libro se estructura en tres partes: Tánger, el limbo y Barcelona. "El viaje es un motor para la ficción, todo empieza con una patada en el culo y eso le da energía, hace rodar al personaje como una canica hasta Barcelona".

Calle de los Ladrones es una novela de iniciación, pero "mezclada con otros géneros, como la novela negra, la novela social, la de viajes y la de aventuras". El joven Lajdar observa con estupor el mito de su Tánger natal, ciudad capaz de atraer a turistas de todo el mundo, con un aura sensual y literaria a la que los nativos permanecen ajenos. Una operación análoga a la España de ensueño con que fantasean los emigrantes.

El lector percibirá que, contra lo que podría creerse, la realidad de un joven marroquí no es tan lejana a la de un joven barcelonés. De hecho, se establece una sutil conexión entre las primaveras árabes y el 15-M, en la que reciben todos: el poder económico, el islamismo radical, el gobierno del PP, el de CiU y hasta los sindicatos, con "sus huelgas del siglo XX, aún no hemos encontrado las formas para luchar contra el capitalismo en el siglo XXI".

Énard aborda el terrorismo islámico, la cooptación en las mezquitas y el oscuro tránsito que va "de trabajar en una fundación religiosa a participar en la preparación de un atentado". Junto a los elementos de actualidad que van apareciendo -los barcos con su tripulación varados en el mar por falta de pago-, sobrevuela la sombra de Ibn Battuta, como un contrapunto a la epopeya de Lajram.

La Barcelona de Énard bulle de descontento y a la vez luce un intenso encanto. Su gran símbolo es la torre Agbar -ya no Colón o las torres de Calatrava o Foster- y los turistas son vistos como una bendición para el protagonista o sus amigos, "pues son una fuente de ingresos increíble".

En la calle Robadors, cuando Mathias Énard se cala la gorra y se va, resuenan ecos de Jean Genet, Pierre de Mandiargues, Juan Goytisolo, Vázquez Montalbán y todos los escritores que intentaron penetrar en sus secretos. Ahora, en el 2013, Énard la ha convertido en su peculiar callejón de los milagros.

 OTROS LIBROS QUE RECOMIENDO:
La idea de la justicia, de Amartya Sen
Crítica de la razón árabe de Abed Al Yabri
Mi oído en su corazón de H. Kureishi
 Amor a la carta, de Xavier Rius
LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO, DE VARGAS LLOSA
"X" DE PERCIVAL EVERETT
EL MAL ÁRABE, DE MONCEF MARZOUKI     

Salman Rushdie, Memorias    

Demonios íntimos, de Xavier Rubert de Ventós
Hacia una democracia laica, voces de mujeres musulmanas
Ara i aquí, P. Auster i J.M. Coetzee

dimarts, 14 de maig del 2013

NI FIESTA, NI SIESTA, artículo en El MonoPolítico


Hoy estreno colaboración con el digital "El MonoPolítico". Espero que os guste  
 
 
NI FIESTA, NI SIESTA,  Saïd el Kadaoui, 13 de mayo de 2013

Leo en El Periódico de Catalunya que el fenómeno de la emigración a Alemania ha llegado al ámbito universitario. Parece ser que la facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona y la de la Universidad de Goethe de Frankfurt am Main están realizando una investigación con el objetivo de conocer las características de las personas que tienen pensado trasladarse a Alemania. Y me digo que, sean como sean estas personas -seguramente buena parte de ellas serán fuertes, emprendedoras, algunas con una muy buena formación y otras con una muy buena predisposición al trabajo, otras con una cosa y la otra-, todas ellas experimentarán de una manera u otra los avatares psicológicos que implica toda migración. Ante un cambio de estas características, toda nuestra personalidad necesita reorganizarse, digerir los cambios, las distancia, la añoranza, la ilusión por lo nuevo, el choque entre las expectativas con las que uno parte y la realidad del día a día, la regresión psicológica que se vive al querer amoldarse a un entorno que no nos es conocido, y un largo etcétera.
       Esta crisis que está empujando – expulsando más bien- fuera del país a muchos españoles también ha favorecido la consolidación del estereotipo español vago en Alemania. Ya se sabe, España es el país de la fiesta y de la siesta. Mucho me temo que ésta es la lente con la que una parte de la sociedad alemana mirará a estos nuevos emigrantes. La relación asimétrica del ciudadano proveniente de un país pobre y la del ciudadano que lo recibe puede ser muy dolorosa. No es un tema menor este. La persona que se va -especialmente sus hijos: aquellos que ya nacerán en el nuevo país o los que partan con sus padres a edades muy tempranas- se siente frecuentemente obligada a explicar (explicarse también) su origen. Algunos lidiarán e intentarán demostrar que España es mucho más que fiesta y siesta y otros se identificarán con el estereotipo y alabarán las bondades de la holgazanería de la vida del sur, la alegría  mediterránea que lo inunda todo a pesar de no tenerlo todo como “nosotros”. Nosotros/ellos. Inmigrantes/autóctonos. Inclusión/exclusión. De aquí a unos años será interesante estudiar el proceso de aculturación -el proceso por el cual las personas se hacen a la(s) cultura(s) del nuevo país- y sus correspondientes repercusiones psicológicas.
        De momento, lo que sí se puede decir sin ninguna duda es que es muy triste ser ciudadano de un país que te echa.
        P.D: Mientras paseaba por la calle cavilando sobre la posibilidad de escribir este artículo presencio una discusión: un hombre, negro, se cruza a toda prisa con otro, blanco, en la calle y sus hombros se rozan con una cierta violencia. El primer hombre hace una señal con la mano como pidiendo disculpas, pero no se detiene. El hombre embestido le grita: “¡Será que no había más espacio para pasar! ¡Aprende a mirar por  dónde vas o te regresas a tu país!”. En mi fuero me digo que ojalá los nuevos emigrantes no sufran este tipo de experiencias que tanto pueden minar el estado de ánimo y que dificultan tanto  el sentimiento de pertenencia al nuevo país.

divendres, 3 de maig del 2013

BOSTON, LOS PELIGROS DE LAS CRISIS DE IDENTIDAD, publico este artículo en El País


Una auténtica integración es el mejor antídoto contra el odio y, por tanto, contra la violencia

 Saïd El Kadaoui Moussaoui, El País 3 de mayo de 2013

¿Hacia dónde me dirigiré, dividido hasta las venas?
Yo, que he maldecido
Al oficial ebrio del dominio británico, ¿cómo elijo
Entre esta África y la lengua inglesa que amo?
¿Traicionaré a ambas, o les devolveré lo que dan?
¿Cómo presenciar semejante matanza y quedarme impasible?
¿Cómo alejarme de África y vivir?
Me encontré con este poema del poeta caribeño Derek Walcott, A far cry from Africa, citado en el libro de Amartya Sen, Identidad y violencia, hace unos años y me pareció una forma muy bella de describir su propia identidad. Walcott, decía después Amartya Sen, no puede simplemente “descubrir” cuál es su verdadera identidad, tiene que decidir qué debe hacer, y cómo —y en qué medida— para dar espacio en su vida a las diferentes lealtades. La importancia básica de las influencias dispares, añadía el autor de este magnífico ensayo, —historia, cultura, lengua, política, profesión, familia, camaradería, etc.— debe reconocerse en forma adecuada, y éstas no pueden ahogarse en una celebración resuelta sólo de una comunidad.
Por su parte, Tzvetan Todorov en su ensayo La peur des barbares dice que, en nuestra época, las identidades colectivas se transforman cada vez más rápido y, con frecuencia, los grupos adoptan una actitud defensiva, reivindicando ferozmente su identidad de origen.
Cada individuo, añade, alberga diferentes identidades. Y las clasifica en tres grandes tipos: las identidades culturales, ya de por sí múltiples; la identidad cívica, o la pertenencia a un país; y la identidad como adhesión a un proyecto común, a un conjunto de valores con vocación universal.

 Tsarnaev llevaba tiempo distanciándose de su realidad estadounidense y refugiándose en sus raíces chechenas

He releído a estos dos autores tras saber que el atentado de Boston ha sido perpetrado por los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, de origen checheno y residentes en Estados Unidos desde hacía once años, y tras leer también el artículo que publicó en este mismo rotativo Fernando Reinares, titulado: ¿Integrados pero Yihadistas? (19/04/13). En él, el autor plantea una hipótesis que no me parece nada descabellada. Una hipótesis plausible, dice, es que el mayor de los hermanos sufriera una acusada crisis de identidad, tras 11 años en Estados Unidos, cuyo efecto habría sido la adopción de una visión radicalizada del credo islámico y la transformación de sus afinidades nacionalistas en valores yihadistas. El menor, añade, que lo admiraba profundamente, habría sucumbido a su influjo.
Al parecer, Tamerlan, el mayor llevaba un tiempo lamentándose de no entender a los americanos. Se autoexcluía pues cuando hablaba de ellos y se distanciaba de una pertenencia que también es la suya, ciudadano estadounidense, y presumiblemente se refugió en su supuesta identidad Chechena —reducida ésta a una identidad religiosa fanatizada— que le permitía odiar a este otro —a estos otros— a los que decía no entender.
En los dos ensayos citados anteriormente se dice que la condición para que la violencia emerja es la reducción de la identidad múltiple a la identidad única.
Hace ya algún tiempo, cuando empecé a interesarme por los conflictos de identidad que presentaban algunos de los hijos de los inmigrantes en la adolescencia, di con un ensayo, Les enfants entre deux cultures, recopilación de artículos de eminentes psicólogos y psiquiatras que disertaban sobre los conflictos psíquicos que presentaban algunos hijos de los magrebís, españoles, italianos y portugueses que emigraron en su momento a Suiza, Francia y Canadá. En uno de estos artículos, W. Bettschart distinguía dos mecanismos psíquicos, aparentemente antagónicos, que utilizaban, inconscientemente, algunos de estos niños y adolescentes para proteger una parte de su identidad. La Hiperadaptación, por una parte, consistía en un sometimiento total a las exigencias de asimilación del entorno y en la renuncia a una parte importante de su identidad. Y el Cierre en sí mismo (o la Afirmación de sí, de la que hablaban otros autores franceses) por la otra, como reacción de desconfianza hacia este entorno que ellos sentían como peligroso y amenazante. La manera que encontraban de proteger su coherencia interna era cerrándose a la intrusión de este mundo externo.

 Si las diferentes lealtades no coexisten, uno puede sentirse legitimado para ejercer la extrema violencia

 Cuando la persona se afianza en uno de estos extremos más allá de la adolescencia, el problema está servido. Las diferentes lealtades no coexisten y la elección siempre es problemática. La identidad única se impone y el odio al otro está servido 

Yo también me planteo, igual que hacía Fernando Reinares en su artículo, si el odio que ha llevado a los dos hermanos a perpetrar este atentado, a sentirse legitimados para ejercer la extrema violencia, tendrá que ver con este conflicto de lealtades. Con una profunda crisis de identidad.

En otro de sus libros, La idea de la justicia, Amartya Sen dice que el efecto de la demagogia sectaria puede ser superado tan sólo a través de la promoción de valores incluyentes que atraviesen las divisiones sociales. El reconocimiento de las múltiples identidades de cada persona, entre las cuales la identidad religiosa es una más, resulta crucial a este respecto. La función de la democracia en la prevención de la violencia comunitaria, añade, depende de la habilidad de los procesos políticos incluyentes e interactivos para meter en cintura el fanatismo venenoso del pensamiento cultural divisionista.
Confiar en la democracia, entonces, es la mejor opción para combatir este tipo de fanatismo separatista. No sucumbir al odio y no estereotipar, recordar siempre que las comunidades son diversas, igual que las culturas, me parece básico para no dejarse llevar por los instintos revanchistas. De justicia es reconocer que, esta vez, parece que así se está haciendo.

Saïd El Kadaoui Moussaoui es psicólogo y escritor.