Leer artículo en el Monopolítico
Texto completo:
A finales de 2003 tuvimos en Catalunya un cambio de Gobierno que nos
ilusionó a muchos. Creo que, aunque hubiera sido militante de
Convergència i Unió (que no es ni mucho menos el caso), habría
celebrado el cambio. Veintitrés años en el Gobierno son muchos, y la
alternancia en el poder es uno –tan sólo uno, per importante– de los
indicadores de la buena salud de la democracia.
Así que muchos recibimos con ilusión el cambio. Un Gobierno
progresista y catalanista (que, recordémoslo, no siempre equivale a
nacionalista) era posible, y Pasqual Maragall parecía ser el
representante adecuado de estos dos ejes de la política catalana. Y
estaba decidido a solucionar un problema estructural del país. Quería
reformular la relación Catalunya-España y proponía insistentemente una
revisión federalista de la Constitución. En su discurso de investidura
dijo que si España era plural permanecería unida, y si se entestaba en
ser única, tarde o temprano, irremediablemente, se rompería. También
dijo que Catalunya quería una España plural que defendiera y promoviera
como una riqueza irrenunciable todas las lenguas y culturas. Es el
Estado, decía, quien debe defender el catalán. Actuaciones
sospechosamente partidarias de la enseñanza oficial del valenciano como
diferente del catalán van en la dirección contraria de lo que debería
ser el camino de la riqueza y la responsabilidad compartida. (¡Imaginen
qué debe de estar pensando ahora que al valenciano le sumamos también el
Lapao! )
Esta visión de la España plural la compartía una buena parte de la
Convergència i Unió de Jordi Pujol . La diferencia principal era que
Pasqual Maragall estaba decidido a hacer algo: un nuevo Estatut y la reforma de la Constitución eran sus dos principales propuestas.
Ya sabemos el final de la historia: un Estatut cepillado tras salir del Parlamento catalán y una Constitución intocable (salvo cuando lo dicta Merkel, claro).
Es decir, en nuestra historia reciente (ya no hace falta ir a hasta
Azaña para encontrar un discurso interesante de un político sobre la
vertebración de España) ha habido un político de nivel que ha intentado
que la relación España-Catalunya no se rija solamente por la inevitable conllevancia
de la que hablaba Ortega y Gasset, sino por, si se me permite, una
cierta alegría de estar juntos. No fue posible y, hay que decirlo bien
claro, no solamente por la visión centralista del Partido Popular, sino
también, y especialmente, porque el PSOE tiene un alma jacobina que se
impone siempre que se abre el debate territorial. Y es una lástima:
Zapatero, que tanto había exaltado las virtudes de la España plural
cuando estaba en la oposición, nada relevante hizo por ella cuando
estuvo en el Gobierno, salvo pactar el redactado final del Estatut con…
Artur Mas (en aquel entonces en la oposición). Con esta acción propinó
una inmerecida humillación al por entonces president, que,
insisto, con todos sus defectos, que los tenía, y con toda su debilidad
política, que era evidente (y llegaba a ser incluso estética: no había
forma de verlo a él sólo. Siempre aparecía secundado por el conseller en cap de Esquerra republicana y el conseller de relacions institucionals
de iniciativa per Catalunya, reclamando la cuota de protagonismo para
sus correspondientes partidos), intentó hallar un encaje más cómodo y
fructífero de Catalunya en España.
No fue posible, y de esas aguas, estos lodos. Por eso no estoy del
todo de acuerdo con el análisis que hace una buena parte de la izquierda
y, por supuesto de la derecha nacionalista española, de que el president
Mas instrumentaliza a los catalanes con la independencia. No es
solamente un paso a la acción, una huida hacia delante; es también un
paso lógico teniendo en cuenta la cerrazón de los dos partidos
mayoritarios españoles. La falta de voluntad para solucionar un problema
de encaje que existe. Y si lo recordamos bien, entre el president Maragall y el president Mas, hubo otro president, Montilla, que ya avisó del riesgo de desafección. Y la desafección tiene estas cosas.
La negación del conflicto no puede ser la solución. Es más, ya está
suficientemente demostrado que contribuye a agravar el problema.
Visto todo esto no me extraña en absoluto que buena parte de los
partidarios del federalismo (entre ellos, un servidor) esté de acuerdo
con el pacto nacional por el derecho a decidir y por la realización de
la consulta. Es lo mínimo que se puede exigir. Y, atención, ya hay
federalistas (véase las tesis del diputado de Iniciativa Jaume Bosch)
que piensan que para llegar al federalismo primero hay que conseguir la
independencia.
Saïd El Kadaoui