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NI FIESTA, NI SIESTA, Saïd el Kadaoui, 13 de mayo de 2013
Leo en El Periódico de Catalunya que el
fenómeno de la emigración a Alemania ha llegado al ámbito universitario.
Parece ser que la facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona
y la de la Universidad de Goethe de Frankfurt am Main están realizando
una investigación con el objetivo de conocer las características de las
personas que tienen pensado trasladarse a Alemania. Y me digo que, sean
como sean estas personas -seguramente buena parte de ellas serán
fuertes, emprendedoras, algunas con una muy buena formación y otras con
una muy buena predisposición al trabajo, otras con una cosa y la otra-,
todas ellas experimentarán de una manera u otra los avatares
psicológicos que implica toda migración. Ante un cambio de estas
características, toda nuestra personalidad necesita reorganizarse,
digerir los cambios, las distancia, la añoranza, la ilusión por lo
nuevo, el choque entre las expectativas con las que uno parte y la
realidad del día a día, la regresión psicológica que se vive al querer
amoldarse a un entorno que no nos es conocido, y un largo etcétera.
Esta crisis que está empujando –
expulsando más bien- fuera del país a muchos españoles también ha
favorecido la consolidación del estereotipo español vago en Alemania. Ya
se sabe, España es el país de la fiesta y de la siesta. Mucho me temo
que ésta es la lente con la que una parte de la sociedad alemana mirará a
estos nuevos emigrantes. La relación asimétrica del ciudadano
proveniente de un país pobre y la del ciudadano que lo recibe puede ser
muy dolorosa. No es un tema menor este. La persona que se va
-especialmente sus hijos: aquellos que ya nacerán en el nuevo país o los
que partan con sus padres a edades muy tempranas- se siente
frecuentemente obligada a explicar (explicarse también) su origen.
Algunos lidiarán e intentarán demostrar que España es mucho más que
fiesta y siesta y otros se identificarán con el estereotipo y alabarán
las bondades de la holgazanería de la vida del sur, la alegría
mediterránea que lo inunda todo a pesar de no tenerlo todo como
“nosotros”. Nosotros/ellos. Inmigrantes/autóctonos. Inclusión/exclusión.
De aquí a unos años será interesante estudiar el proceso de
aculturación -el proceso por el cual las personas se hacen a la(s)
cultura(s) del nuevo país- y sus correspondientes repercusiones
psicológicas.
De momento, lo que sí se puede decir sin ninguna duda es que es muy triste ser ciudadano de un país que te echa.
P.D: Mientras paseaba por la calle
cavilando sobre la posibilidad de escribir este artículo presencio una
discusión: un hombre, negro, se cruza a toda prisa con otro, blanco, en
la calle y sus hombros se rozan con una cierta violencia. El primer
hombre hace una señal con la mano como pidiendo disculpas, pero no se
detiene. El hombre embestido le grita: “¡Será que no había más espacio
para pasar! ¡Aprende a mirar por dónde vas o te regresas a tu país!”.
En mi fuero me digo que ojalá los nuevos emigrantes no sufran este tipo
de experiencias que tanto pueden minar el estado de ánimo y que
dificultan tanto el sentimiento de pertenencia al nuevo país.
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