dilluns, 2 d’abril del 2012

ARTÍCULOS DIARIO PÚBLICO: anteriores al 16 de agosto del 2010

El islam y nuestro tiempo

16 ago 2010



SAÏD EL KADAOUI
El ramadán, cuyo ayuno desde la salida hasta la puesta del sol es uno de los preceptos sagrados del islam, ya está aquí y, aparte de desearles un muy feliz mes de ramadán a todos los musulmanes, me gustaría aprovechar esta coyuntura para dar eco a algunas de las discusiones que en torno al islam se dan en Marruecos, para luego acabar comentando otros aspectos que incumben de forma más directa a nuestro país.
Frecuentemente aparece en el semanario Tel quel, un magacín independiente que leo regularmente desde esta otra orilla, algún debate de interés que incumbe a esta religión.
Cualquiera que viaje a Marruecos comprobará con sus propios ojos lo que se dice en el número 434 de este magacín. Esto es, asistimos a una revivificación de la práctica religiosa en todas las clases sociales y en todas las edades de la población, aunque este hecho no es óbice para el aumento de prácticas secularizadas, como el progresivo aumento del número de mujeres que se incorporan al mercado de trabajo, el aumento del consumo de alcohol por parte de la población local o la rentabilidad en interés bancario (el islam considera el interés bancario, todo él, una usura).
He releído otros artículos publicados en diferentes números de esta revista, todos ellos cuestionando, matizando y debatiendo sobre el hecho religioso en Marruecos. A modo de ejemplo diré que el profesor y poeta Driss Alaoui afirmaba (T.Q., núm. 339) que en verdad el ramadán se ha tornado con el tiempo en un mes de excesos. Excesos de todo tipo menos de trabajo, ironizaba. Era consciente de la dificultad de introducir cambios en el ramadán; imagino que debe de referirse a aminorar las exigencias del ayuno, a acortar la duración de este, a permitir que se puedan ingerir líquidos o, quizás, y a mi juicio mejor todavía, a la no obligatoriedad de esta práctica para los ciudadanos musulmanes de Marruecos
–la gran mayoría, como ya se sabe–.
Asimismo, planteaba la necesidad de desarrollar una cultura de la libertad donde los rituales, cualesquiera que sean, se circunscriban a la esfera individual. Se abonaría el terreno así, comenta, para que en algún momento se puedan plantear dichas reformas. Tengo curiosidad por saber, y lo digo sin ironía, si estas ideas y propuestas también las planteaba en su época de ministro, ya que tuvo varias carteras a lo largo de la década de los noventa.
En otro de sus números (T.Q., núm. 417) se hablaba de los marroquíes que se convierten al cristianismo a pesar del acoso y de las amenazas de muerte reiteradas que reciben.
La expulsión, del todo incomprensible, de algunos ciudadanos europeos y americanos por supuesto proselitismo no cambiará en nada, más bien al contrario, la determinación de la gente que, dándose la libertad de escoger –faltaría más– elige cambiar de religión.
Por otro lado, en el núm. 427, se recogía la noticia de que la Asociación Marroquí de Lucha contra el Aborto Clandestino (AMLAC) había celebrado los días 28 y 29 de mayo un coloquio sobre el aborto. Se decía que, como sucede frecuentemente en el islam, las interpretaciones varían. Los sunitas pertenecientes a la escuela Malikí, mayoritarios en el Magreb, condenan el aborto desde la concepción; las escuelas Hanibal y Shafi’í lo autorizan los primeros 40 días del embarazo; mientras que la escuela Hanifa los 120 primeros días. El sociólogo Abdessamad Dialmy opinaba que el legislador no debe ser prisionero de la opinión malikí.
Abdellah Tourabi, politólgo especializado en el mundo árabe y musulmán, escribía (T.Q., núm. 358) que el Corán siempre ha sido objeto de lecturas, interpretaciones y visiones diametralmente opuestas. Algunas pueden enfatizar la paz, la tolerancia y la justicia y otras legitimar la opresión, la violencia y el oscurantismo. Aboga por una lectura racional y no literal. En definitiva, cree que es necesario leer el texto sagrado de los musulmanes teniendo en cuenta las necesidades de nuestro tiempo.
Concluyendo: el debate existe, el islam se cuestiona, el comportamiento religioso de la población se estudia. Otra cosa es lo que el psicoanalista egipcio Moustapha Safouan denunciaba en un entrevista concedida a este magacín (núm. 358). Decía que las fuerzas políticas de los países árabo-musulmanes controlan la religión para ganar legitimidad y protegerse.
Ahora sí, cambio de orilla.
Me atrevería a afirmar que muchos de los que algún día decidimos –o decidieron por nosotros– salir del país, lo hicimos con el
anhelo de más libertad. Y, por esto mismo, a muchos nos escandaliza y nos indigna que existan líderes religiosos que aquí, en Europa, quieran apoderarse del islam y aprovechen las frustraciones y las necesidades espirituales de muchos musulmanes para intoxicarles con interpretaciones violentas del Corán. Defienden una religiosidad incompatible con los derechos y las obligaciones de un país democrático. Y, lo peor, zanjan cualquier debate diciéndonos lo que el islam permite o prohíbe. En estos días pienso especialmente en Abdelwahab Houzi, imán del oratorio más grande de Lleida, clausurado por el Ayuntamiento por exceso de aforo y
reabierto el día 9 de este mes. Estas semanas ha sido noticia porque se ha dedicado a echarle un pulso al alcalde de la ciudad en vez de predicar la cultura de la paz y el diálogo con sus feligreses. Parece ser que su islam no entiende de diálogo y sí de confrontación y coacción al ayuntamiento y también a una parte de la comunidad musulmana, a la que divide en función del grado de sumisión a su dogma.
Gente como este líder religioso es peligrosa y hay que decirlo en voz muy alta.
Procurarle al islam un lugar digno en Europa es también no ceder al chantaje de los fanáticos.
Saïd El Kadaoui es psicólgo y escritor
Ilustración de Javier Jaén

Cunit: una mala ficción


SAÏD EL KADAOUI
El día 1 de julio, al leer en este mismo periódico la noticia sobre el juicio contra el presidente de la Asociación Islámica de Cunit (Tarragona), y el imán de la misma localidad, acusados de amenazar y coaccionar a F.G, mediadora cultural del ayuntamiento, supe que era la primera vez que una mujer musulmana logra sentar en el banquillo a dos líderes de su comunidad.
Si hay algo positivo que extraer de ello es que este juicio escenifica bien que la comunidad , como todas los grupos, no es homogénea. (PARA LEER TODOS LOS ARTÍCULOS clica "Més informació")

Y, continuando con esta idea de la escenificación, creo que los hechos de Cunit, que resumiré en breve, representan a la perfección uno de los conflictos esenciales de nuestra época.
Los hechos de Cunit fueron recogidos y difundidos ampliamente por toda la prensa de nuestro país: la denuncia de la mediadora a varios representantes de la comunidad islámica de su pueblo; el supuesto poco apoyo de la alcaldesa a la mediadora; el supuesto mimo con el que la alcaldesa trataba a los acusados, especialmente al imán, considerándolos los auténticos representantes de la comunidad; la iniciativa de la misma alcaldesa, también senadora del PSC (partit dels socialistes de Catalunya) por Tarragona, de presentar una moción en el senado para regular el uso del velo integral en los espacios públicos y la posterior desautorización de su partido; la posición crítica de la concejal de inmigración con la decisión de su partido, el mismo que el de su alcaldesa, de prohibir el burka en las dependencias municipales; y su apartamiento del área de inmigración para ser asumida por la propia alcaldesa.
Puesto que no quiero hacer juicios paralelos, prescindiré de las personas reales e imaginaré que estoy tomando las primeras notas para una futura representación teatral.
Lo que sigue es, pues, una ficción. Eso sí, basada en hechos reales.Una alcaldesa de izquierdas que, como buena progresista, trata de respetar la cultura del otro. Y lo hace convirtiendo la comunidad de este otro en un bloque monolítico donde poco importan los individuos. Toda la comunidad es homogénea y está bien representada. Es suficiente hablar con dichos representantes para tener tranquilos a todos los miembros de la comunidad. Y si estos representantes tienen ideas retrógradas –alejadísimas de los valores de esta política de izquierdas– es igual. Se trata, ante todo, de respetar la cultura del otro.
Pero, ay, en todas las comunidades hay elementos subversivos que no aceptan aquello que son. Aquello para lo que han nacido. Moscas cojoneras, vaya, que deciden adoptar los valores que no son suyos. La mediadora cultural se convirtió así en un problema para la política. ¡Tanto cuesta ponerse un pañuelo y dejar de relacionarse con los que ella debería considerar infieles y obedecer al representante de la comunidad!
Si la mediadora y el séquito de periodistas que ha dado eco a sus palabras pretendían ridiculizar a nuestra alcaldesa, van equivocados. Esta tiene un as en la manga. Para demostrar que ella no cede al chantaje de los fanáticos, en su calidad de senadora, querrá presentar una moción en el senado que regule el uso del burka en los espacios públicos. Así demostrará a la gente que ella es incluso más valiente que los antiburka de la derecha. Esta vez no se saldrá con la suya porque, como la gran mayoría de los mortales, ella también tiene un jefe y este le dice que se conforme con la
prohibición en las dependencias municipales.
Nuestra alcaldesa ha caído en la trampa de los dos fanatismos. El del imán rudimentario y fanático que pretende subyugar a todos los miembros de la comunidad, imponiendo su ley, y el de la derecha xenófoba que, angelitos míos, ahora nos quieren hacer creer que son los grandes defensores de la igualdad hombre-mujer.
Y finalmente, la concejal seria. La que quiere seguir trabajando por y para la igualdad real, la que no se encuentra cómoda ni con el trato de favor, fomentando una actitud caciquil, de nuestro imán rudimentario, ni con las soluciones rápidas y fáciles como la prohibición del burka, que cierran un gran debate pendiente en falso; se tiene que apear del cargo.Sí ya lo sé. Es una historia muy mala. Como todo mal escritor, utilizo mis personajes para intoxicar a los lectores con mis propias opiniones. Y para hacerlo creo a personajes lineales, desprovistos de matices y planos. Así que quizás sea más útil transmitirles directamente mis ideas. A saber:Los únicos que saben interpretar a la perfección su papel son los fanáticos. La derecha xenófoba y nuestros propios talibanes, algunos rudimentarios y simples y otros cercanos a las ideas salafistas, merecedores de toda la atención del Ministerio del Interior.
El resto: algunos, como la mediadora de esta mala ficción, han de conformarse siendo tratados como occidentalizados, en el mejor de los casos, y como traidores, en el peor de ellos. Otros, como la alcaldesa, andan coqueteando con el fanatismo unas veces y otras se los quieren sacar de encima por decreto. Y, finalmente, la gente seria e inconformista, representada por la concejal, tiene que rendirse a la evidencia: este mundo ama el ruido y no la reflexión.
En conclusión: somos víctimas de un funcionamiento mental muy bien descrito por el historiador Abdellah Laroui, la necesidad de un contratipo para la toma de conciencia de la identidad cultural de nuestro grupo.
La izquierda de este país debería hacer autocrítica y aceptar que va oscilando entre un buenismo peligroso con la cultura del otro y los chantajes de una derecha que lo que quiere realmente es tener a los inmigrantes sometidos y sin pretensiones de ser ciudadanos de pleno derecho.
Saïd El Kadaoui es Psicólogo y escritor
Ilustración de Enric Jardí

Un intelectual libre

20 jun 2010
SAÏD EL KADAOUI
06-20.jpgEl 9 de junio pasado me llevé una gran alegría al saber que se le había concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras de este año al escritor Amin Maalouf.
Es un reconocimiento merecido para un intelectual que algunos tachan de incómodo, pero que para mí, desde que leí su ensayo Identidades asesinas en 2000, es una voz sabia y reconfortante que me proporciona un refugio intelectual muy de agradecer. Y, por encima de todo, es un buen ejemplo de intelectual libre. Sus críticas son siempre razonadas y nada sectarias, no se casa con ninguna corriente dominante, no forma parte de ningún establishment y, precisamente por eso, muestra como pocos la complejidad del mundo en el que vivimos.
Es difícil sintetizar en un artículo su propia complejidad personal e intelectual. Tanto su biografía como su obra beben de dos mundos separados por el mar Mediterráneo y por tantos y tantos años de recelo y de rivalidad. Toda su obra es, a mi juicio, un diálogo profundo y fructífero entre estos dos mundos que forman parte de su vida. Los dos le pertenecen y los dos se parecen más de lo que están dispuestos a admitir y, sobre todo, los dos no tienen más opción que la de entenderse y
cooperar, si lo que se quiere es encarar el futuro.
La parte que me gustaría resaltar es su contribución decisiva en la tarea de explicar la complejidad identitaria de las personas y de los pueblos. En su último ensayo, El desajuste del mundo, cuando nuestras civilizaciones se agotan, afirma algo tan inquietante como cierto. Dice que actualmente hay que contar con un adversario de altura: esas identidades dañadas durante tanto tiempo y que se han vuelto dañinas.
En el caso del mundo árabe, afirma que anida en él un sentimiento de fracaso, de humillación, de destierro permanente y de eterno perdedor. “El mundo árabo-musulmán se hunde cada vez más en un pozo histórico del que no parece que vaya a ser capaz de salir”, sentencia. Tanto la identidad nacional como la identidad individual de las personas está dañada, razón por la cual mucha gente está atrapada en un movimiento pendular que oscila entre el deseo de librarse de la propia identidad y el deseo de afirmarla en contra de todos.
En cuanto a Europa, muestra su admiración por considerar en la experiencia de la Unión un ejemplo de la utopía que se cumple. Pudo aparcar los odios acumulados, las disputas territoriales, las rivalidades seculares y dejar que los hijos y las hijas de quienes se mataron entre sí conciban el futuro juntos. Pero, ahora que parece cansada y dividida, es la hora también de recordar que él ya lleva tiempo sosteniendo que la cuestión del acoplamiento de la población migrante y de sus hijos es la gran batalla de nuestra época. Cree que es absolutamente necesario devolverle a toda esta gente la dignidad social, la dignidad cultural, la dignidad lingüística y ayudarlos a que asuman en paz su identidad dual y su papel de nexo. Esto último es de vital importancia, a mi juicio, si queremos tender puentes entre estos dos mundos que se piensan y se miran con demasiado recelo.
Un apunte antes de continuar. Siempre que escribo la palabra dignidad me acuerdo de algo que afirmaba el escritor y Premio Nobel de literatura Wole Soyinka y que da una idea de su importancia. Decía que la dignidad es la otra cara de la libertad.
En su ensayo Identidades asesinas, Amin Maalouf decía que la palabra clave es “reciprocidad”. Reconocerse los unos a los otros, respetarse y, por supuesto, criticarse y demarcar los límites que garanticen una convivencia pacífica.
Maalouf considera que en este siglo ya no podemos hablar de forasteros sino de “compañeros de viaje” y cree que debemos ser capaces de construir una civilización común con la que todos podamos identificarnos, con la soldadura de los mismos valores universales, si no queremos naufragar juntos en una barbarie común.
El Príncipe de Asturias de las Letras es un premio, a mi juicio, merecido para un escritor que, además de escribir buenos libros, nos ha ayudado a entender la complejidad del mundo y de las personas que lo conforman. Un intelectual que nos señala el camino. Un camino, todo hay que decirlo, lleno de obstáculos.
En esta misma semana en la que se le ha otorgado el premio, hemos tenido varios ejemplos de ello. En las elecciones holandesas celebradas el 9 de junio, Geert Wilders, el líder del xenófobo Partido de la Libertad, ha logrado un espectacular ascenso en comparación al resultado que obtuvo en 2006. Ha pasado de tener nueve escaños a conseguir 24 con un discurso antimusulmán. Tal como recogía este mismo periódico el 10 de junio, después de saberse los resultados, Wilders se jactaba ante las cámaras afirmando que “un millón y medio de personas votaron por nosotros y por nuestros planes para una mayor seguridad, menos inmigrantes y menos islam”.
Por otra parte, el mismo día de la concesión del premio supimos que once mezquitas de las ciudades de Tarragona y de Barcelona, próximas a la corriente salafista, anunciaron medidas para impugnar las mociones de diversos ayuntamientos contra el velo integral. Y, finalmente, el día 12, leímos en la prensa que en el Vendrell (municipio de la provincia de Tarragona) se había decidido restringir el uso del velo integral con un protagonismo especial del partido populista y xenófobo Plataforma per Catalunya (PXC), que celebró el acuerdo afirmando que era el primer paso contra la “invasión” musulmana.
Los extremistas alimentan el discurso del adversario. Saben que se necesitan para seguir creciendo.
La alternativa está en escuchar las opiniones de gente como Amin Maalouf y tratar de frenar la barbarie que volvemos a tener a la vuelta de la esquina.
Saïd El Kadaoui es escritor. Autor de la novela ‘Límites y Fronteras’
Ilustración de Patrick Thomas

Los nacionalismos defensivos

01 jun 2010

SAÏD EL KADAOUI MAUSSAOUI
06-01.jpgEl día 26 de este mes el grupo municipal de Convergència i Unió (CiU), en la oposición del Ayuntamiento de Lleida, anunció que había llegado a un acuerdo con el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), que gobierna el consistorio, para presentar una moción que permitiera prohibir el uso del burka y del niqab en los equipamientos municipales. Dos días después, el consistorio aprobaba esta propuesta con los votos a favor de CiU, PSC y PP.
El alcalde, el socialista Àngel Ros, defendió esta norma aludiendo a la necesidad de no retroceder en los derechos y libertades de nuestra sociedad y justificó la limitación a los equipamientos municipales porque los ayuntamientos no tienen competencia para prohibir su uso en la vía pública.
Por su parte, Abdul Karim, responsable de la comunidad islámica del Ponent y del Pirineo, anunció el mismo día 26 que recurriría esta decisión al Tribunal Constitucional y a la Unión Europea si el ayuntamiento de la ciudad confirmaba esta decisión, como finalmente ha sucedido, porque, según palabras suyas, es una medida que vulnera la libertad de culto constitucional y que coarta la libertad de la mujer musulmana que lleva el velo voluntariamente para seguir el mandato de Alá.
Ya me gustaría a mí que esta y otras comunidades islámicas actuaran con tanta celeridad cuando se vulneran otros derechos. Lamentablemente no es así.
Ya en un anterior artículo (Público, 7 de febrero de 2010) dije que, según algunos intelectuales musulmanes, esta prenda nada tiene que ver con el islam y que otros la relacionaban con el Wahabismo, la interpretación más pobre que haya conocido jamás la historia teológica y doctrinal del islam según el escritor Abdel Wahab Meddeb.
Mohammed Abed Al-Yabri, filósofo marroquí fallecido el pasado 3 de mayo a la edad de 75 años, decía que la lectura fundamentalista del patrimonio tradicional es una lectura ahistórica. Y añadía que sólo podemos dialogar con aquellos elementos de nuestra tradición que sean aptos para responder a nuestras preocupaciones actuales. Abogaba, así, por establecer una relación científica con el legado cultural y criticaba la irracionalidad en la que está sumido el pensamiento árabo-musulmán, principal causa de su ya crónica decadencia. Separar, que no despojar, el sujeto de su tradición es un acto imprescindible según el autor de la Crítica de la razón árabe.
Izar la bandera del burka para defender algunos derechos de la mujer es, en mi opinión, un síntoma más que evidente de esta irracionalidad y de esta concepción ahistórica de la tradición.
Quede clara, pues, mi aversión total por estas prendas.
Pero, y ya me perdonarán la insistencia, hay un punto que no conviene olvidar. Me parece que empezar el debate, ineludible, del islam en Europa recurriendo en primer y último lugar al recurso de la prohibición es improductivo y, acaso, arriesgado.
Esta prohibición va dirigida a garantizar el respeto de la dignidad de la mujer y su igualdad de derechos. Hasta aquí nada que decir, faltaría más. Pero, ¿por qué no incluir esta medida en un paquete más amplio destinado a respetar la dignidad y la igualdad de derechos de todos los creyentes de este país? Acabar con los oratorios indignos que abundan en todos los rincones de nuestro país, por ejemplo, y construir las mezquitas necesarias. O controlar las dádivas nada desinteresadas de terceros países que pretenden influir sobre esta comunidad.
En definitiva, aceptar de una vez por todas que existen ciudadanos musulmanes europeos y dejar de considerar el islam como la religión de los otros. Y, por supuesto, estar atentos a que el virus del fanatismo no se extienda en esta comunidad
heterogénea y diversa.
En su ensayo Reflexiones sobre el exilio, Edward Said afirmaba algo sumamente interesante y esclarecedor. Decía que la interacción entre nacionalismo y el exilio (y la inmigración siempre tiene algo de exilio) es como la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel, según la cual los contrarios se informan y constituyen mutuamente. El burka y el nacionalismo europeo excluyente se necesitan.
El reto más acuciante que tenemos entre manos es, a mi juicio, el de evitar la existencia de los guetos. Es especialmente en ellos donde se gesta una identidad defensiva que embellece y ensalza, entre otros dislates, el burka, y donde se exalta el derecho a la diferencia como respuesta a una situación de exclusión social más que humillante. Para quien me quiera entender: el peligro es crear una comunidad cerrada, empobrecida y replegada sobre sí misma.
El pasado domingo 23 de mayo, Claude Dilain, alcalde de Clichy-sous-Bois –foco de los disturbios de 2005 en las banlieues de París–, publicaba una carta firmada por 46 alcaldes más en Le JDD (Le Journal du Dimanche) titulada Carta a aquellos que ignoran las banlieues. En ella incitaba al ejecutivo a actuar con urgencia antes de que sea demasiado tarde y se vuelvan a producir acontecimientos parecidos a los de 2005. El desarraigo, el paro, el fracaso escolar, la degradación urbana y la exclusión social, agravados aún más por la crisis económica, no auguran nada bueno.
Allí está la urgencia. Debemos hacer todo lo posible para que aquí no tengamos que sufrir las consecuencias de una sociedad atomizada y esclava de dos tipos de nacionalismos defensivos. El del país que no quiere mirarse al espejo y que es siervo de la idealización de un ayer que ya no volverá –y que, probablemente, jamás existió– y el que Edward Said denominaba “nacionalismo defensivo de los exiliados”. Aquel que fomenta la conciencia de sí a través de formas poco atractivas de autoafirmación.
Saïd El Kadaoui Moussaoui es psicólgo y escritor
Ilustración de Enric Jardí

Quitarse el velo

23 abr 2010

quitarse-el-velo2.jpgSAÏD EL KADAOUI
Me parece prudente poner sobre aviso al lector de que este no es un artículo para defender a unos y acusar a otros. Déjenme aclarar también que no represento a ninguna comunidad. No se dejen llevar por el engaño, mi nombre es el que es, a mi me gusta, pero mi identidad no se reduce a ser un marroquí, a un inmigrante o a un inmigrante de origen marroquí. Amo el país donde nací, y pocas cosas me gustan más que viajar y pasar allí unos días. Pero amo también este país donde ya llevo 28 años y donde, probablemente, pase el resto de mi vida. Y, finalmente, soy tan tediosamente racional –y no lo digo con orgullo, simplemente constato lo que soy– que la religión está en las antípodas de mis intereses. Eso sí, como trato de no ser tonto, constato que hay mucha más gente en el mundo que yo y mucha de ella considera que la religión debe de ocupar un lugar preeminente en sus vidas.
Ahora sí, ya podemos ir al tema.
Najwa Malha es una chica de 16 años. Es española y musulmana, y hace unos meses decidió cubrir su cabeza con el hiyab. El instituto donde cursa (cursaba ya) sus estudios, el Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón (Madrid), que en su reglamento interno prohíbe cubrirse la cabeza en el aula, se ha mostrado inflexible y Najwa, inamovible también en su determinación, tendrá que continuar sus estudios en otro instituto.
Antes, ya les he prevenido de mi racionalidad. Pues bien, ahora estoy en un auténtico aprieto. Veo argumentos perfectamente racionales para defender una y otra posición.
Veamos si la señora Rosa Díez, por no hablar siempre de los mismos, líder del partido Unión Progreso y Democracia, me ayuda. Su opinión es que se debería prohibir el uso del velo en todo el espacio público por dos razones: es una expresión religiosa y, además, discriminatoria.
¿Prohibimos entonces por ley todo aquello que sea expresión religiosa y discriminatorio en el espacio público? ¿Prohibimos todo aquello que sea una expresión religiosa? ¿Prohibimos todo aquello que sea discriminatorio?
¡Más jueces! ¡Más cárceles!
Este es uno de los grandes males de la política en España. Aquellos que deberían ser más prudentes, menos viscerales, más cercanos a la complejidad de las relaciones humanas, de las dinámicas de los grupos, en definitiva, más serios son precisamente los que se apuntan rápidamente a un bombardeo y van improvisando en función de los titulares de prensa más polémicos.
Mi humilde opinión es que, como sociedad, tenemos un reto acuciante que, a la vista está, no es fácil: vivir juntos.
Claude Lévi-Strauss decía que probablemente todos los grandes dramas contemporáneos tienen su origen directa o indirectamente en la dificultad creciente que tenemos los humanos de vivir juntos.
El caso de Najwa nos muestra de forma nítida una realidad que nos resistimos a ver. Hay musulmanes en nuestro país y, sorpresa, hay musulmanes españoles. El debate profundo yo creo que está allí. ¿Aceptamos la realidad de que España está habitada por españoles (españoles, no inmigrantes a los que, según algunos, se les puede echar, no empadronar, marginar, etc.) que son musulmanes?
Lejos de mi intención está defender el velo, el pañuelo o el hiyab. Lejos también el demonizarlo. Me guste o no, es una realidad con la que hay que convivir. Lo que trato de combatir, por peligroso, es la idealización del victimismo.
Me explico. El 16 de abril, estuvo en Barcelona el doctor Vanik Volkan, psiquiatra y psicoanalista, asesor, mediador en conflictos internacionales y tres veces candidato al Premio Nobel de la Paz. En su conferencia, decía que cuanto más amenazada está nuestra identidad colectiva, más nos enganchamos a ella. Y podemos llegar a hacer infinidad de cosas para protegerla. Incluso, decía, actos masoquistas (para los que crean que el velo discrimina a la mujer, valdría la pena reflexionar sobre esto último). También decía que hay una especie de amplificadores culturales que nos une a nuestro grupo de referencia.
Mi intención no es agotar el tema con una sola explicación pero ¿podríamos pensar en el pañuelo como en un amplificador cultural? ¿Podemos afirmar que los musulmanes tienen motivos para sentirse agraviados?
Por otra parte, ¿podemos afirmar que muchos europeos sienten que el islam amenaza su identidad? ¿Podemos afirmar que este hecho hace que mucha gente se enganche a una idea estática, rígida y excluyente de la identidad europea?
Vayamos ahora a mi otro país, Marruecos.
Leí en la revista Tel quel (número 417) y posteriormente en la prensa española y francesa que, el mismo día en que se celebraba en Granada la primera cumbre entre Marruecos y la Unión Europea, comenzó un goteo de expulsiones de cristianos del país, acusados de un delito de proselitismo, que aún no ha finalizado. Esta realidad esconde otra: la existencia de marroquíes cristianos.
Aicha Akala y Hassan Hamdani, los dos periodistas de Tel quel que firman la noticia, afirman que el problema es cultural, social e identitario, y se preguntan si tiene sentido, en un país que se pretende moderno, silenciar la realidad de miles de marroquíes.
Nuevamente, la cuestión identitaria en primer plano.
Acabo de leer un ensayo monumental, La idea de la justicia, de Amartya Sen, del que citaré un pequeño parágrafo: “La función de la democracia en la prevención de la violencia comunitaria depende de la habilidad de los procesos políticos incluyentes e interactivos para meter en cintura el fanatismo venenoso del pensamiento divisionista”.
Este es el reto. Cojan el guante señores políticos y, si son ustedes viscerales, absténganse de presentarse a las elecciones.
Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor
Ilustración de Alberto Aragón

Nuestra obsesión, el pañuelo

14 mar 2010

SAÏD EL KADAOUI MOUSSAOUI
03-14.jpgIlham Moussaïd debe de haber perdido la cuenta de los artículos que, sobre ella, se han publicado en los periódicos europeos. Tanto ruido, no es por ocupar el cuarto lugar de la lista política del partido anticapitalista (NPA), por el departamento de Vaucluse, con vistas a las elecciones regionales que se celebrarán hoy en Francia. El motivo que ha despertado el interés es que cubre su cabeza con un pañuelo, signo explícito de su fe musulmana.
¿Es compatible el pañuelo con el ideario político de un partido de extrema izquierda? ¿Es coherente que una mujer feminista cubra su cabeza con el pañuelo musulmán?
A veces tengo la impresión de que en Europa, y especialmente en Francia, le estamos cogiendo el gusto a que el debate se eleve por encima de la pesada realidad y se quede en el ancho mundo de las ideas.
Ilham Moussaïd es una joven de 23 años, estudiante, originaria de Marruecos que emigró a Francia a la edad de tres años. Hasta donde yo sé, un buen día, decidió, a diferencia de sus hermanas, cubrir su cabeza con el pañuelo.
En mi opinión, este trozo de tela, en jóvenes como ella, ya no puede ser analizado solamente desde una perspectiva religiosa. En el caso de las jóvenes europeas, tenemos que situar el debate en la relación que establecen con el país que las ve crecer.
Creo que tiene mucho de rebeldía, de inconformismo, de voluntad de emanciparse de una sociedad más cerrada de lo que se cree, obsesionada por algunas cosas y relajada en otras que, a su juicio, son más
importantes.
El pañuelo ya ha dejado de ser lo que era. En Europa, también es una forma de decir: aquí estoy, me tienes que ver y me tienes que aceptar como soy. ¿No somos todos iguales?
La noticia en el caso de Ilham es que ella ha encontrado una salida más que digna a su inquietud y quiere representar a la gente que, como ella, procede de los barrios más pobres, luchar por lo que ella cree utilizando una vía elaborada y muy adecuada: la política. Escuchémosla y que la voten aquellos ciudadanos franceses a los que convenza.
Creo sinceramente que también tenemos que ser críticos con nuestras obsesiones. El pañuelo musulmán lo está siendo. Tengamos claro, eso sí, los límites que no son otros que los de la dignidad y la autonomía personal. No me parece, aunque no me gusten los pañuelos, que Ilham sea una mujer víctima de una sistema patriarcal asfixiante o de una visión retrógrada de la religión musulmana. Sí que me atrevería a decir, en cambio, que, de forma un tanto idealista, adecuada a la edad, e ingenua, trata de mantenerse fiel a su origen denigrado y de plantarle cara a su sociedad actual poniéndola en un aprieto.
Seguramente ella no estará de acuerdo pero yo creo que tiene mucho de actitud defensiva. ¿Tienen razón de ser este tipo de actitudes? ¿Hemos hecho algo mal para que muchos hijos de inmigrantes no se sientan bien en su país? Me gustaría ver, escuchar y leer que en Francia, el paraíso de los debates, se formulan también estas preguntas.
La lógica de la exclusión actúa y genera reacciones desmesuradas, inadecuadas o polémicas. Lo importante es ver cómo la combatimos como sociedad. En este caso yo resaltaría que Ilham tiene 23 años y va en las listas de un partido político. Con el desinterés creciente de los jóvenes por la política, esta debería ser la noticia que, además, puede contener un mensaje muy positivo para otros hijos de inmigrantes: aquí tenéis un camino para combatir las injusticias. No es con la violencia que resolveréis vuestros males.
En España, he escuchado demasiadas veces que lo que sucede en Francia no nos llegará. De forma un tanto ingenua, estas voces parecen querer decir que aquí hacemos las cosas mejor.
Sin embargo, yo creo que Francia tiene más elementos a favor para ayudar a la integración de la gente originaria del Magreb. Conserva una influencia nada desdeñable sobre buena parte de estos países, traduce a muchos más autores e intelectuales árabes que nosotros, cuenta con más escritores originarios de estos países que escriben directamente en su lengua, el francés es un idioma que buena parte de los magrebíes siente como propio y, en general, conoce más y mejor su complejidad cultural. Y aún así, los problemas son muchos.
Si queremos aprender algo de sus errores, la lección principal a extraer es, a mi juicio, la de intentar combatir los guetos y luchar por la igualdad de oportunidades. Una asignatura pendiente en Francia.
El día 19 de febrero nos despertamos con la noticia de que en Pisos Planes, una barriada del municipio de Vendrell (Baix Pendès, Catalunya) se había producido un enfrentamiento entre los Mossos d’Esquadra y un buen puñado de vecinos. La chispa que provocó el enfrentamiento fue la solicitud de la documentación a un joven marroquí que llevaba hachís encima. Imposible evitar el temor de que aquí suceda lo que en las banlieus (Francia) en el año 2005.
En 2004 se aprobó en el Parlamento catalán una de las leyes que, en mi opinión, están más encaminadas a hacer frente a este tipo de problemas: la ley de barrios. A grandes rasgos, es una ley que propone una intervención integral en barrios con el objetivo de evitar su degradación y mejorar las condiciones de la gente que vive en ellos. El espíritu de esta ley es el de actuar sobre el conjunto y no sobre el individuo. Ayudar a resolver los problemas estructurales y, de paso, evitar estigmatizar de nuevo al colectivo originario de la migración como el receptor de todas las ayudas en detrimento de la necesidad del resto.
El dinero escasea y debemos de invertirlo en buenas ideas. Esta, desde luego, lo es.
Saïd El Kadaoui Moussaoui es psicólog y escritor
Ilustración de Miguel Ordóñez

Imanes y burkas

07 feb 2010

SAÏD EL KADAOUI MOUSAOUI
02-07.jpgUno de los grandes males de casi todos los países musulmanes y árabo-musulmanes es el de mezclar la religión con la política. La laicidad dista mucho de ser una prioridad para los líderes de estos países. No así, sin embargo, para una parte considerable de la sociedad civil que lleva décadas reclamándola.
Sin ir más lejos, en mi otro país, Marruecos, esta falta de secularización del Estado genera toda una serie de sinsentidos que alimentan la doble moral y el miedo a sufrir represalias.
En una crónica de la revista marroquí Tel quel (en su número 299, aparecido el 30 de noviembre de 2007) se decía que Marruecos producía 37 millones de botellas de vino al año aunque, legalmente, los musulmanes –que son la gran mayoría de la población marroquí– no pueden consumirlo.
Ir a comprar alcohol en Marruecos es una actividad recomendable si se quiere ver con exactitud lo que es el país: una contradicción permanente. Un querer y no poder. Un deseo infantil de casar lo incompatible. A saber, la libertad individual y el control enfermizo de la vida privada de la gente.
Durante el mes del Ramadán del anterior año, la Policía tomó la estación de tren de Mohamadía, una población cercana a la capital económica, Casablanca, porque un grupo de seis jóvenes activistas de los derechos individuales quiso hacer una ruptura simbólica de la abstinencia del Ramadán en pleno día, reclamando así su derecho a no cumplir a rajatabla
–habrá que adaptarse a los tiempos algún día– un precepto del islam.
La religión como árbitro de la cosa pública y los derechos individuales no han casado bien nunca. Aun así, cada vez que viajo a Marruecos me produce algo de envidia comprobar el dinamismo de la sociedad civil y, especialmente, de los jóvenes. Quizás tenga algo que ver con la afirmación de Moncef Marzouki, recogida en su libro Le mal arabe, de que las sociedades árabes son probablemente unas de las más politizadas del mundo. Lo que es seguro es que en Marruecos, que no brilla especialmente por sus dotes democráticas, la gente no se somete pasivamente al efecto de esta intrusión de la religión en sus vidas.
Esta es una realidad que deben conocer los políticos europeos.
Recientemente, hemos sabido que la alcaldesa de Cunit (Tarragona), Judith Alberich, ha intercedido en un asunto que no le incumbía a ella sino a la justicia.
Fátima G. G., mediadora cultural del Ayuntamiento de Cunit, acusó al imán de su pueblo de calumniarla y amenazarla. De confirmarse la acusación, este y sus presuntos colaboradores deberán responder ante la justicia.
Los hechos son graves. Creerse con el derecho de clasificar a los musulmanes en buenos y malos y asediar a alguien por el mero hecho de querer trabajar, conducir y relacionarse con no musulmanes es simplemente un delito.
Por cierto, habría que pedir a muchos periodistas que no confundan ser una persona autónoma con ser o estar occidentalizado. Este es un viejo lapsus de los que confunden civilización con Occidente y barbarie con el resto del mundo, especialmente el mundo musulmán.
Decía que los hechos son graves. No tener claro esto e intentar interceder a favor del presunto coaccionador en aras de una paz social –que jamás debe confundirse con un sometimiento masoquista a los fanáticos– es de una ingenuidad flagrante y de una irresponsabilidad imperdonable para alguien que gobierna la cosa pública.
De confirmarse los hechos, dos son los perfiles posibles de este imán. O bien es una persona con una visión primaria de la vida y con una cultura democrática lamentable (no sería el primer caso de un imán con este perfil que conozca) o un seguidor de los preceptos del wahabismo, que, según palabras del escritor Abdel
wahab Meddeb, escritas en su libro Pari de civilisation, es probablemente la interpretación más pobre que jamás haya conocido la historia teológica y doctrinal del islam. En ambos casos se trataría de una persona que no merece de ninguna manera ser el representante de una comunidad, diversa y heterogénea, en un país democrático.
Una sentencia condenatoria sería un buen mensaje para muchos de estos especímenes que pretenden aprovecharse de la ignorancia y de la buena voluntad de muchos para imponernos su visión cavernícola del mundo.
Y permítanme que opine también sobre la polémica desatada en Francia a raíz del burka. Algunos intelectuales musulmanes sostienen que esta prenda nada tiene que ver con el islam y otros la asocian al wahabismo, del que hemos hablado anteriormente. Ambas posiciones darían la razón a su desvinculación con el islam que necesitamos en Europa.
La editorial Pagès Editors ha traducido recientemente al catalán (y espero que pronto lo haga también al castellano) el libro de Mohamed Talbi, Réflexion d’un musulman contemporain. En él, el autor, un erudito del islam, sostiene que es necesario que los musulmanes se adapten a los cambios profundos que las ciencias, las técnicas, el entorno económico y la política mundial han producido. El futuro del islam, dice en el último capítulo, está en su capacidad de asimilar la modernidad si queremos que los musulmanes no sean testimonio pasivo de la época contemporánea.
Un islam contemporáneo, este que defiende Mohamed Talbi, es el que debemos respetar y ayudar a dignificar.
A estas alturas debemos ir teniendo en cuenta algunos límites que no debemos permitir que se franqueen. Lo diré en palabras de Kwame Anthony Appiah: la idea fundamental de que toda sociedad debe respetar la dignidad humana y la autonomía personal es más básica que el amor por la variedad.
Saïd El Kadaoui Moussaoui es psicólgo y escritor. Autor de la novela ‘Límites y Fronteras’
Ilustración de Miguel Ordóñez

Inmigración e identidad europea

24 ene 2010
SAÏD EL KADAOUI MOUSSAOUI
01-24.jpgPermítanme que escriba sobre varias noticias aparecidas en los primeros días del año en todos los periódicos, que incumben a varios países de la Unión Europea y que deberían poder analizarse, cada una de ellas, con más profundidad y también en clave local. Todas ellas tienen que ver con la impotencia que genera no saber cómo afrontar un tema tan complejo como es la inmigración.
En Francia están metidos en un debate sobre la identidad francesa planteada e incentivada por el presidente de la República y del cual ya no saben cómo salir. No es que esté mal debatir, todo lo contrario. Es que, simplemente, no se trata de un debate. Es una forma de sacar pecho, muy del estilo Sarkozy, y de intentar dividir a los franceses en ciudadanos de primera categoría y ciudadanos de segunda.
Conste que, si se tratara de un auténtico debate, yo mismo me sumaría afirmando –en la línea de lo que ya decía el escritor Kateb Yacine hace más de 20 años– que efectivamente debemos estar alerta y poner en su sitio a los radicales que envenenan la convivencia pacífica de las personas haciéndose dueños de Dios e intentando hacernos regresar a la Edad Media. El futuro del Islam, como afirma Mohammed Talbi en su libro Réflexion d’un musulman contemporain, depende de su capacidad de asimilar la modernidad si queremos que los musulmanes no sean testimonios pasivos de su época. Este es un debate que está en todos los países musulmanes y, faltaría más, también puede tener lugar en Europa.
Francia también ha sido noticia por los 2.000 sin papeles (hablar de las personas etiquetándolas de esta forma ya es por sí sola una manera más que humillante de señalarlas) que se han instalado en un edificio vacío del centro de París y un día a la semana celebran la marcha de los sans papiers para denunciar su situación.
Aquí en España, la ciudad de Vic (Barcelona) ha querido hacerse un hueco en la prensa y, cómo no, también ha recurrido al tema estrella para agitar a las masas: la inmigración. Su propuesta de negar el empadronamiento de los inmigrantes sin papeles ya ha hecho correr suficiente tinta y su alcalde ha podido chupar cámara durante un tiempo nada desdeñable. Aunque finalmente acatará la contundente respuesta del abogado general del Estado –el pasaporte se considera válido y suficiente para empadronarse–, no debemos olvidar que aquella iniciativa fue la de un alcalde de Convergència i Unió que gobierna en coalición con el Partit des Socialistes de Catalunya y con Esquerra Republicana de Catalunya.
Y finalmente, la guinda de este pastel putrefacto: Italia. Gobernada por un populista y con una oposición debilitada por unas interminables discrepancias internas, lleva años alimentando a la población con dosis importantes de pensamiento primario que ha desembocado en una caza al negro peligrosísima. Los episodios de violencia contra los inmigrantes en la localidad de Rosarno son un muy mal síntoma de la salud democrática de Italia y del resto de Europa, que lleva demasiado tiempo riéndole las gracias a Berlusconi.
Una pequeña anécdota antes de continuar. Hace dos años, un amigo marroquí, un psiquiatra reconocido, viajó a Italia para ver a uno de sus hijos. En el aeropuerto perdió un pequeño maletín donde guardaba el dinero, la documentación y el teléfono. Acudió a la Policía para informar de su situación y poner una denuncia. ¿Creen que lo escucharon? Su aspecto lo delataba. Era magrebí y lo detuvieron. Su palabra (la de alguien respetable, se lo aseguro) no le sirvió de nada. Pasó dos días horribles y regresó a Marruecos habiendo vivido en su propia piel la hospitalidad italiana.
Sé que el tema es muy complejo. No soluciona nada despacharlo con acusaciones y/o aludiendo a la xenofobia. La gente humilde y los barrios humildes de todas las ciudades importantes europeas son los que pagan el precio de tener que competir por unos mismos recursos con más gente, los que perciben el cambio experimentado en sus paisajes y un largo etcétera. Allí hay que actuar para que no se conviertan en polvorines a los que cualquier pequeña chispa pueda hacer explotar.
Pero hoy les quiero hablar en clave europea (para denunciar, de paso, que no hay tal clave europea). No podemos presumir de abanderar el respeto de los derechos humanos cuando nosotros mismos nos estamos cebando con los más débiles.
Y no somos tan poderosos como para ir decidiendo quién entra y a quién echamos. La realidad es tozuda. Ni con vallas, cada vez más altas y sofisticadas, ni con un Estrecho vigilado con la última tecnología, ni con sobornos a líderes corruptos como el coronel Gadafi –al que Italia hace la pelota para que, entre sus negocios, esté el de controlar a las personas que pretendan llegar a sus fronteras– se ha conseguido frenar las migraciones. Solamente la crisis está obteniendo algún resultado.
O los científicos encuentran alguna forma barata de inyectar a toda esta gente algún producto que los induzca a dejar de soñar y se conformen viéndose como personas destinadas a aguantar a sus dictadores bien alimentados (en parte por la Europa de los derechos humanos) que los someten a una vida indigna; o nos hacemos mayorcitos de una vez: usted, que quiere vivir en un país y en un continente donde poder tener a los suyos cerca y viajar a verlos si están lejos, que quiere poder soñar con un futuro mejor para sus hijos y sus nietos, que lucha para que no se maltrate a ninguna mujer… ¿cree que todas la personas tienen derecho a querer lo que nosotros? ¿Cree que esta es la mejor forma de defender los derechos humanos?
Detrás de cada inmigrante sin papeles hay una persona que siente.
Saïd El Kadaoui Moussaoui es Psicólogo y escritor. Autor de la novela ‘Límites y Fronteras’
Ilustración de Javier Olivares

Minaretes y civilizaciones

16 dic 2009
SAÏD EL KADAOUI MOUSSAOUI
12-16.jpgYa ha habido un ciudadano suizo que ha construido su propio minarete en el tejado de su empresa para protestar por el resultado del referéndum suizo. Empezaron, pues, las protestas.
Si yo fuera diseñador de moda, hoy ya estaría trabajando en el diseño de una prenda, no sé, un bonete que aprovechara su forma cilíndrica para reproducir la forma de un minarete o, mejor, una boina que, como rabo, tuviera un minarete minúsculo pero de un color chillón. Permitiría a la gente que así lo quisiera protestar y echarle un poco de humor al asunto, que buena falta nos hace. Una boina con mensaje: sería como decirles a los votantes del sí que son más cortos que el rabo de una boina, pero, eso sí, con cariño, humor y sin soltar prenda. Darle salida a la pulsión agresiva que nos habita sin hacer daño a nadie.
Lástima que todo el mundo se toma muy en serio lo suyo y ya nadie se ríe de sí mismo.
Pero pongámonos serios. En mi caso, por ejemplo, aunque quisiera reírme de lo mío, se me plantearía un grave problema que podría desembocar en una crisis de identidad. Porque, ¿qué es lo mío? Verán, yo nací en Marruecos. Mi abuelo, una de las personas con las que más me siento unido afectivamente, fue un musulmán devoto. Mis padres también se han empeñado en ser musulmanes y así buena parte de mi familia. Yo, que siempre me he empeñado en llevar la contraria, (no, no se adelanten, no me he convertido al catolicismo porque sería un cambio de cromos muy poco original), con esfuerzo, he ido tejiendo una red de relaciones con amigos marroquíes amantes de la libertad, asqueados del peso de Dios en su sociedad y, por lo tanto, laicos. Digamos, pues, que soy un laico izquierdoso (todos tenemos que morir de algo). Aquí nada se sabe, pero en todas las sociedades árabo-musulmanas y amazigo-árabo-musulmanas ha habido y hay todavía, aunque desgastado y marginado, un importante movimiento laico y de izquierdas en su seno. Eso sí, ya no se comen un rosco y de más está decir que no han conseguido nada más que represalias. Y cada vez más su cuota de pantalla es fagocitada por unos señores de largas barbas e ideas cortas. ¡Qué le vamos a hacer!
Les decía que yo nací en Marruecos, llegué a un pueblecito de la Catalunya central –Saldes– a la edad de 7 años y aquí he crecido, he estudiado, me he licenciado, he ligado y he procreado. Ya les he adelantado que yo me empeño en llevar la contraria y no se me ocurrió otra cosa que tener un hijo con una catalana de la ceba, hablarle a mi niño en catalán (no se me asusten, el catalán junto con el castellano, al que también quiero mucho, son los idiomas en los que pienso). ¡Pobre hijo! ¿Qué demonios es lo tuyo?
Amartya Sen tiene escrito en su magnífico ensayo Identidad y violencia que la división de la población mundial por civilizaciones o por religiones produce un enfoque “singularista” de la identidad humana, según el cual los seres humanos serían solamente miembros de un grupo.
Imagínense, en mi caso, y sobre todo en el de mi hijo, aunque quisiéramos, no encontraríamos forma de sentirnos solamente de un grupo.
Esta es la realidad de muchos europeos. Ser herederos de una mezcla de religiones, idiomas, culturas y costumbres.
Esta es la realidad, sí, pero otra cosa muy distinta se nos plantea cuando tenemos que hablar de los actuales políticos. ¡Qué pereza seguir escribiendo!
El pobre Sarkozy ha tenido un arrebato de filantropía y ha escrito un artículo en Le Monde para opinar sobre la cuestión de los minaretes. Lo ha titulado de la siguiente forma: Respecter ceux qui arrivent, respecter ceux qui accueillent. Que no, Sarko, que no. Que ya estamos aquí, que no llegamos, que a este paso vamos a volver (no sé a dónde). Somos ciudadanos europeos. Basta ya. ¡A mí ya no me acoge nadie! A mis sufridos padres musulmanes tampoco y mi hijo es de aquí, EUROPEO.
Esta es la actitud de buena parte de la derecha europea. Cargarse la complejidad de la realidad y hablar de bloques monolíticos.
Los pueblos de Europa son acogedores, son tolerantes, está en su naturaleza y en su cultura, nos dice el presidente francés.
¡Qué bonito! ¿No les suena igual que el discurso de buena parte de los conservadores del “otro bando” cuando nos enumeran las bondades del islam?
En Europa se han cometido auténticas salvajadas precedidas de discursos idílicos como el de Sarkozy. No hace mucho, en su seno, se produjo una terrible guerra donde las exaltaciones identitarias estuvieron en su origen. Y en nombre del islam se han cometido otras tantas. (No me hagan entrar en el juego de y tú más. Yo pierdo siempre).
Esta es la derecha que tenemos. Pero ¿qué hay a la izquierda? Me tacharán de pesimista, pero lo tengo que decir. El panorama es desolador.
Dice Amartya Sen que incluso los opositores de la teoría de un “choque de civilizaciones” pueden contribuir a sostener su fundamento intelectual si comienzan por aceptar la misma falsificación singular de la población mundial. ¿Y no es exactamente esto lo que se consigue con la idea tan bien intencionada como inconsistente de la “alianza de
civilizaciones”?
Hay que ser más serios. Aceptemos la complejidad de la realidad, luchemos por la igualdad de oportunidades, combatamos la discriminación y los fanatismos, procuremos que las leyes sean justas y hagámoslas cumplir. Y dejemos en paz las civilizaciones, las esencias y los bloques.
¿Les conviene hacer esto a los políticos de aquí y de allí para mantenerse en el poder? Mucho me temo que no.
¡Ay! Disculpen, ya me ha cogido esta fiebre izquierdosa de ver conspiraciones e intereses ocultos por todas partes.
Saïd El Kadaoui Moussaoui es Psicólogo y escritor. Autor de la novela Límites y Fronteras
Ilustración de Jordi Duró

Identidad y pertenencias

26 abr 2009

identidad_inmigrantes_01ok.jpgSÄID EL KADAOUI MOUSSAOUI
No me gustaría ser agorero y me encantaría equivocarme, pero temo que suceda con las personas originarias del Magreb algo parecido a lo que ocurre con los gitanos: acabar viviendo en una situación de exclusión permanente. Me preocupa especialmente la situación de los hijos de estas personas, algunas de ellas venidas a edades muy tempranas y otras nacidas aquí.
La identidad de las personas está formada por diferentes pertenencias (religión, origen, idioma, etc). En el caso de estos hijos, una de ellas (el origen) es constantemente denigrado y otra (su condición de ciudadanos europeos) les es negada. Así pues, la lógica de la exclusión actúa y produce replegamientos identitarios que empobrecen sus vidas y generan desconfianza en el resto de la sociedad.
Decía Amin Maalouf en su ensayo Identidades asesinas que la identidad de una persona no es una yuxtaposición de pertenencias autónomas sino un dibujo sobre una piel tirante. Basta con tocar una de las pertenencias para que vibre la persona entera. En el caso de estas personas, sus dos grandes pertenencias están tocadas.
El espectáculo atroz de las vallas en las fronteras, las muertes en el mar Mediterráneo, el discurso fiscalizador de la migración y, sobre todo, la reducción hasta la caricatura de las culturas y de la religión de sus padres, los hiere profundamente. Por otra parte se les marca con la etiqueta de inmigrantes de segunda generación favoreciendo su identificación perpetua con un origen que, en muchas ocasiones, no conocen en profundidad y dificultándoles que se sientan europeos.
Corremos el riesgo, pues, de vivir en un país y en un continente formados por una mayoría que cree ser la dueña de la casa y por diferentes minorías cerradas en guetos (físicos y mentales) que construyen su identidad por antagonismo a los valores de esta mayoría.
En 1953, unos psicólogos sociales llevaron a cabo lo que hoy se conoce como el experimento de Robbers Cave y que Kwamme Anthony
Appiah recoge en su magnífico ensayo Ética de la identidad. Se seleccionaron dos grupos de chicos de 11 años de edad y los enviaron a dos campamentos contiguos pero separados por una montaña. Los dos grupos provenían de Oklahoma y pertenecían a un ambiente más o menos homogéneo: protestantes, blancos y de clase media. Al principio ningún miembro de los dos grupos sabía de la existencia del otro. Lo descubrieron cuando tuvieron libertad de movimiento. Este encuentro dio lugar, más tarde, a la organización de retos deportivos y otros menos amables como el derrumbamiento de tiendas y generó la necesidad de encontrar un nombre que los identificara. Unos pasaron a ser las serpientes y los otros las águilas. A nadie se le había ocurrido que necesitaban una denominación hasta que supieron de la existencia del otro grupo.
La conclusión que se puede extraer de este experimento es que, como mínimo, es cuestionable que sean las diferencias culturales las que dan origen a las identidades colectivas. El camino también puede ser el inverso.
Si en los grupos homogéneos ocurre lo que nos muestra este experimento, es lógico pensar que en grupos más heterogéneos se intenten agrandar estas diferencias y, en situaciones de exclusión social, la respuesta al rechazo puede ser la exageración hasta la caricatura de algunos rasgos.
A mi modo de ver, la única forma de derrumbar estos muros que cierran a cada comunidad en su gueto es entender esta complejidad de las relaciones grupales, no caer en explicaciones culturalistas denigrantes y tomar medidas para favorecer más la permeabilidad de estos grupos cerrados en sí mismos.
El gran reto es conseguir que vivamos en una sociedad que garantice la igualdad de oportunidades a todos.
Recientemente he tenido la oportunidad de leer el magnífico libro de John Carlin titulado El factor humano. Un relato brillante que nos acerca al papel que tuvo Nelson Mandela en la transición sudafricana. Un líder extremadamente inteligente y generoso capaz de reconciliar a dos bandos que parecían estar abocados irremediablemente a una cruel y sangrienta guerra civil.
Este libro ha contribuido a afianzar en mí una idea básica: la importancia de un buen liderazgo para derrumbar muros (construidos por el miedo, el resentimiento y el temor a ser fagocitados) y favorecer la convivencia. Líderes que tengan claro que la cohesión social requiere de generosidad de espíritu a todos. Especialmente a los que nos gobiernan.
Es por este motivo que lamento profundamente que tengamos un ministro de Trabajo e Inmigración cuyas únicas ideas para abordar este tema sean las de facilitar el retorno al país de origen (dando un mensaje explícito de que una parte de la ciudadanía de este país sobra), dificultar la reagrupación familiar (amputando física y moralmente a muchas familias) y proponiendo medidas laborales que favorecen a los auténticos españoles.
Como sociedad tampoco nos podemos permitir que nuestro Gobierno construya vallas cada vez más altas en las fronteras y contribuya a convertir el mar Mediterráneo en un cementerio de personas humildes (muchas de ellas menores).
No nos lo podemos permitir no solamente por una cuestión filantrópica, sino porque esta realidad hiriente alimenta el resentimiento en una parte importante de esta sociedad. Como es sabido, el resentimiento no puede generar nada bueno.
¿Dónde están, pues, los líderes que nos confronten con la realidad y nos ayuden a comprender la importancia de derribar estos muros?
Säid El Kadaoui Moussaoui es Psicólogo y escritor. Autor de la novela ‘Límites y Fronteras’.
Ilustración de Miguel Ordoñez

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