dilluns, 2 d’abril del 2012

ARTÍCULOS DIARIO PÚBLICO: oct 2010-enero 2012

Cerrar los CIE

27 ene 2012



Saïd El Kadaoui
Psicólogo y escritor
Ilustración de Jordi Duró
La muerte por una meningitis de Samba M., una mujer originaria del Congo, en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche (Madrid); el informe que el Síndic de Greuges, Rafael Ribó, entregó a la presidenta de la Cámara catalana, en el que reclamaba solucionar con urgencia la situación del opaco centro de internamiento de Zona Franca (Barcelona); y la posterior muerte del joven guineano Idrissa Diallo en este mismo centro, han reabierto y logrado que el debate sobre los CIE llegue, por fin, a toda la sociedad. Debemos de aprovecharlo para exigir el cierre de estos centros.
Para los que nada sepan del tema, es preciso recordar que los centros de internamiento de extranjeros son una especie de cárceles para personas que han cometido una falta administrativa, la de estar en situación irregular en España. Hay un total de nueve CIE en territorio español que suman más de 2.500 plazas y que nacieron en 1999 mediante una orden ministerial, con Ángel Acebes como titular de Interior. Antes existían centros similares, quizás no tan conflictivos pero igualmente degradantes, amparados en la Ley de Extranjería de 1985, con José Barrionuevo como ministro del Interior.
Les relato brevemente algunas de las cosas que una enfermera que trabajó en el CIE de Barcelona me explicó y que antes ya había denunciado en el Colegio de Enfermeras de Barcelona y en otras asociaciones que trabajan con población inmigrante: “Los internos no disponen de agua caliente, no tienen espacios recreativos, no todos tienen la opción de salir al patio, pasan la mayor parte del tiempo hacinados en una sala común donde sólo disponen de algunos juegos de mesa, a los internos marroquíes y argelinos los separan del resto por considerarlos más rebeldes, cosa que altera el orden del centro. El estado de salud de los internos es malo, y empeora a medida que los días pasan. Infecciones respiratorias (mal tratadas con antibióticos que favorecen su resistencia) y otros cuadros víricos como resfriados y hongos en la piel son las enfermedades que sufren la mayoría de los internos. Además de las condiciones de salud, tanto físicas como psicológicas, lo que nos impactó a mí y a mis compañeras fue el mal trato que daban la mayoría de los policías a los internos, principalmente al colectivo marroquí, que era víctima de amenazas, insultos, humillaciones y golpes que, en varias ocasiones, pudimos presenciar, y en dos acabaron en palizas con graves daños a los internos”.
En un exhaustivo informe dirigido por el psiquiatra y presidente de la sección de derechos humanos de la AEN (Asociación Española de Neuropsiquiatría), Pau Pérez-Sales, (informe CEAR sobre la situación de los centros de internamiento para extranjeros publicado en el mes de diciembre de 2009), se afirma entre otras muchas cosas que la dinámica de funcionamiento está regida por una lógica de comisaría y que casi la mitad de los internos de los CIE que visitaron (el de Aluche en Madrid, el de Capuchinos en Málaga y el de Zapadores en Valencia) tenían miedo la mayor parte del tiempo, especialmente debido a la sensación de indefensión y la incertidumbre por lo que podía ocurrir en cualquier momento. Un miedo que se ve incrementado cuando uno se encuentra en un centro donde, como recoge muy bien el informe, no hay una reglamentación de sanciones sino una discrecionalidad del uso según criterios del jefe de seguridad.
Por su parte, la red Migreurop, organización euro-africana formada por 38 asociaciones de 13 países, llevó a cabo durante 2011 visitas a centros de internamiento en cinco países. En España, visitó los de Aluche (Madrid), Capuchinos (Málaga), La Piñera (Algeciras) y Zona Franca (Barcelona). En las conclusiones de su informe incide sobre la falta de garantías de los derechos fundamentales recogidos en la legislación penitenciaria. Es decir, personas que no han cometido delito alguno, hacinadas en centros que son peores que cárceles.
Lo explicaba bien el profesor Javier de Lucas en la glosa del informe CEAR que citaba anteriormente: “Quizá convenga recordar, decía, que una de las constantes reivindicaciones de movimientos, asociaciones y, en buena medida, de la sociedad civil acerca de los instrumentos de las políticas de inmigración y asilo, es la supresión de los CIE. La razón es muy sencilla: en un Estado de derecho, no hay tertium genus entre libertad y detención. Y nadie debe ser privado de libertad si no es como consecuencia de una decisión judicial que considere probado que se ha cometido un lícito penal. Pues bien, los CIE son ese tertium genus, que supone la utilización de la privación de libertad como medida cautelar adoptada en un procedimiento administrativo sancionador, ante la comisión de una infracción administrativa, la irregularidad, la ausencia de papeles”.
Mal vamos cuando elaboramos una sofisticada ingeniería legal para dar cabida a estos centros que, en teoría, están a mitad de camino entre libertad y detención y que en la práctica son prisiones sin reglamento interno. Analizada la cosa desde una perspectiva mucho más amplia, vemos que ya hace unos años que Europa ha entrado en una lógica fagocitadora de derechos que empezó con los inmigrantes pero que no se detiene solamente en ellos. Y ahí está la cuestión: defender los derechos –y la dignidad– del otro (cualquiera que sea este) es asegurar los nuestros también.
Por todo ello, suscribo la petición de cierre que hace la red Migreurop de los centros de internamiento de extranjeros. Son estructuras de maltrato.

Túnez, un año después

18 dic 2011


Saïd El Kadaoui
Psicólogo y escritor
Ilustración de Enric Jardí

El pasado domingo, a seis días de que se cumpliera un año de la inmolación de Mohamed Bouazizi, el hombre que prendió la mecha de lo que hoy conocemos como la Primavera Árabe, la Asamblea Nacional Constitucional (ANC) -Parlamento provisional- tunecina aprobó por mayoría una Constitución provisional que regula las tres prerrogativas de las tres presidencias del país (República, Gobierno y Asamblea) y de las instituciones.
Y el lunes, los parlamentarios eligieron para la Presidencia de la República al doctor Moncef Marzuki, profesor de Medicina, político y escritor, fundador de la Liga Tunecina de los Derechos Humanos, opositor conocido al régimen dictatorial de Ben Alí y fundador en Francia, el país de su exilio, en 2001 del partido político Congrès Pour la Republique (CPR), con el que ha concurrido a las elecciones libres celebradas en Túnez el 23 de octubre de este año, con el que ha obtenido 29 escaños y se ha convertido en la segunda fuerza política más votada tras el partido islamista Al Nahda, claro vencedor de dichos comicios con 89 escaños.
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Es decir, un laico, histórico opositor del anterior régimen dictatorial de Ben Alí, será el segundo cargo más importante del país y actuará de contrapeso al Movimiento Al Nahda, partido islamista cuyo secretario general, Hamadi Yabali, será el primer ministro.
El azar ha querido que al acceso a la presidencia de Marzuki coincida con la aparición de la traducción al castellano de uno de sus libros más importantes: El Mal árabe. Entre las dictaduras y los integrismos. La democracia prohibida (Asimétrica editorial). A pesar de haberse publicado en su versión francesa original en 2004, no es en absoluto un libro desfasado. Al contrario, mantiene su vigencia y en él se auguraban hechos que hemos podido constatar muy bien en este año de levantamiento del mundo árabe. En él, Moncef Marzuki afirmaba que la democracia no es la panacea. No arregla de forma mágica los problemas sociales y económicos. Pero es la condición necesaria para que se produzca el cambio tan prometido y esperado.
Su formación médica hace que dé una importancia capital al diagnóstico de la patología para después acertar el tratamiento. Trata de aplicar este mismo proceder en su condición de intelectual y político y es, a mi juicio, un buen clínico social. Leer su libro nos permite ver que se esforzó en elaborar un diagnóstico exhaustivo de la situación política y social no solamente de Túnez, sino del mundo árabe en general y que se atreve también a proponer el tratamiento que según él necesita recibir. Ahora tiene la oportunidad de participar en la administración de este tratamiento.
En cuanto al diagnóstico, él afirmaba que los dictadores árabes -con sus ademanes megalómanos, su forma de proceder inicua, su propaganda primitiva, su corrupción escandalosa, sus elecciones falsas, su ejército de torturadores y sus jueces- forman parte del pasado. La cuestión, añadía, es saber quién va a reemplazar estos regímenes de otro tiempo. Y concluía que todo parece indicar que el escogido va a ser el islamismo. Cosa que, efectivamente, ha sucedido tanto en Túnez como en Egipto tras la celebración de las elecciones.
Buscar lo plural detrás de lo singular es imprescindible para realizar un análisis exhaustivo de todo problema. Todos los musulmanes, afirma, no son islamistas ni todos los islamistas son talibanes. Él distingue siete formas de islamismo, de los que yo destacaré cuatro que me parece explican bien nuestros días. El islamismo yihadista, bien representado por Al Qaeda; el islamismo de Estado, una ideología contrarrevolucionaria y de poder absoluto, cuyo mejor representante es Arabia Saudí; el islamismo conservador, bien representado por los Hermanos Musulmanes en Egipto; y el islamismo modernista. Uno de sus representantes es, precisamente, Ghanouchi, el líder del Movimiento Al Nahda, cuyo objetivo, según él, es reconciliar el Islam con su siglo (esperemos que efectivamente sea así. Ahora tendremos ocasión de comprobarlo). Dicho en otras palabras, suyas también: el islamismo va desde Erdogan (primer ministro de Turquía) hasta los talibanes.
La historia va a poner a prueba su diagnóstico y, especialmente, el tratamiento que propone administrar y que consiste entre otras cosas en incluir a los islamistas en el juego democrático. La democracia árabe, afirma, no se hará en contra del Islam, sino con él, más exactamente con sus representantes más abiertos que son a la vez la esperanza del Islam y de la democracia. Y concluía que la apuesta se ganará haciendo acceder al poder a fuerzas políticas diversas obligadas a llegar a acuerdos. Este es el caso tras la celebración de las elecciones tunecinas donde se ha producido la alianza en los tres partidos mayoritarios. Los ya citados Al Nahda y el CPR más el partido Takatol que obtuvo 20 escaños.
Los islamistas han sabido ejercer de verdadera oposición a estos regímenes brindando apoyo, y por supuesto inoculando ideología, a las clases más modestas -es decir, a la mayoría de la población árabe actual- y es lógico que sean ellos los que más se beneficien de unas elecciones libres, nos guste o no (yo, por supuesto hubiera preferido otro resultado).
Una de las características de la democracia que más valora el nuevo presidente de Túnez es la alternancia en el Gobierno. Esperemos que esta Constitución provisional y, especialmente la que se redacte de aquí a un año, favorezca esta alternancia.

El otro

21 ago 2011



Saïd El Kadaoui
Psicólogo y escritor
Ilustración por Federico Yankelevich
–Lo que siempre dicen es que
no eres lo bastante negro –me dijo mi agente.
–¿Qué significa eso Yul? ¿Cómo saben siquiera que soy negro?
¿Eso qué más da?
–Esto ya lo hemos hablado.
Lo saben por la fotografía de tu primer libro. Lo saben porque te han visto. Lo saben porque eres negro, por el amor de Dios.
–Y entonces, ¿qué?
–¿Hago que mis personajes lleven un peinado a lo afro y se digan negro esto, negro lo otro para complacer a esa gente?
–Daño no te haría.
X, la novela de Percival Everett, de donde extraigo este diálogo, es a la ficción lo que Orientalismo de Edward Said es al ensayo. Las dos obras nos cuestionan toda nuestra conceptualización del otro. Lo que cambia es el otro escogido. El negro, el primero; y el oriental (musulmán, especialmente), el segundo. Nos ponen ante el reto de cuestionarnos toda una serie de prejuicios que tenemos bien asimilados.
Jorge Semprún, en su libro La escritura o la vida recuerda cómo junto a otros compañeros del campo de concentración se planteaban cómo contar aquello vivido. El verdadero problema no estriba en contar, cualesquiera que fueren las dificultades, sino en escuchar. ¿Estarían dispuestos a escuchar nuestras historias, incluso si las contáramos bien? –se plantea uno de estos compañeros– . Contar bien, dice él, significa narrar de manera que se sea escuchado y eso no se consigue sin algo de artificio. El artificio suficiente para que se vuelva arte.
A Jorge Semprún le gustaba la siguiente aseveración de Boris Vian : “Todo es verdad porque me lo he inventado todo”.
Es un tanto arriesgado afirmar que la ficción es más real que la vida misma, pero puesto que lo sugiere Semprún parece menos imprudente por mi parte. Porque yo también lo creo.
X es la historia de Monk Ellison, escritor negro cuyo problema es no ser lo bastante negro para el gusto del mundo editorial. No escribe historias sobre negros hijos del gueto y no utiliza un lenguaje “descarnado” y “auténtico”. Cansado de esta situación, escribe una parodia de novela donde convierte en personajes buena parte de los prejuicios que se tiene respecto a los negros. Para su sorpresa es tomada en serio y muchos de sus colegas de profesión hacen críticas elogiosas destacando su autenticidad, su lenguaje descarnado, su frescura, su energía e incluso uno de ellos llega a aseverar que es una de las novelas afroamericanas más potentes que se han escrito en mucho tiempo.
Como afirma Everett, que algo debe de compartir con este escritor ficticio que construye, el problema de este tipo de relatos es que trabajan con estereotipos incluso o especialmente cuando se proponen no hacerlo.
Las críticas antes citadas no son muy diferentes a otras que se han dedicado a novelas de autores que pertenecen a otras comunidades. Muchas de ellas sacan a relucir de forma un tanto paternalista la importancia de la oralidad, el trato peculiar del lenguaje, la escritura descarnada, etc. Incluso buenas novelas como Boda junto al mar, de Abdelkader Benali; La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz; o Tigre blanco, de Aravind Adiga (y cito estas como podría citar muchas otras) no han contribuido a dar una imagen compleja del otro. Muy al contrario, lo confinan en exactamente aquello que nuestro imaginario colectivo le otorga. Abonan una imagen estereotipada del marroquí, del latino y del indio respectivamente. Por supuesto, una parte de la realidad, pero, obviamente, no toda.
Si buena parte del discurso de la ficción aún no nos devuelve una imagen total del otro, el de la vida real es mucho peor. En Catalunya, desde donde escribo este artículo, la periodista y expolítica Pilar Rahola ha encendido la polémica al opinar que la ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, peca de buenista al abrir la posibilidad de que los marroquíes residentes en España voten en las próximas elecciones municipales. Según sus palabras, es entre la población marroquí donde abundan imanes integristas que potencian la idea de redactar leyes paralelas a las democráticas para poder vivir en tierra occidental. De sus palabras se deduce que con el otro –en este caso el marroquí– hemos de tener una actitud de sospecha preventiva. Por si acaso, no dejemos que vote ninguno.
Debería entender que no pueden pagar justos por pecadores y que su discurso, lo quiera o no, es intelectualmente muy pobre y claramente xenófobo. Una xenofobia que cada día es más transversal puesto que ya ha dejado de pertenecer exclusivamente a los partidos de extrema derecha. Los ejemplos podrían ser muchos. El otro siempre es el otro y hay que actuar con él de forma distinta aunque esto vaya en contra de los valores que supuestamente defendemos.
Quizás deberíamos aprovechar el levantamiento de los árabes para derrocar a los sátrapas que los gobiernan y que ha despertado la simpatía de buena parte del mundo y el terrible atentado de Oslo perpetrado por una persona nada sospechosa de ser puesta en el bando de los otros, para aceptar lo que es obvio: las personas queremos vivir dignamente. Toda persona y toda comunidad tiene sus propios fantasmas a los que debe de hacer frente y mantener a raya, y a los fanáticos hay que combatirlos. Y, por supuesto, debemos proteger la democracia y el pensamiento democrático. Todo, no parcialmente. Y esto vale igual para una Pilar Rahola que para un salafista.
Ya es hora de construir un discurso (social y político) que nos ayude a comprender que todos tenemos algo de este otro que nos repele. Un discurso que acepte que el otro también está en nosotros.

Aznar et ál

26 abr 2011


SAÏD EL KADAOUI
El expresidente del Gobierno y presidente de honor del Partido Popular, José María Aznar, ha calificado de “amigo de Occidente” al presidente libio Muamar Gadafi y ha criticado duramente las políticas de la Unión Europea y de EEUU. No entiende que se deje caer a los amigos (en referencia a Hosni Mubarak, Ben Alí y Gadafi). Para Aznar los intereses de Occidente son incompatibles con la democracia en Libia y, en general, en el mundo árabe.
Con el mismo estilo pedagógico de Coco, el entrañable personaje de Barrio Sésamo, Aznar ha afirmado lo siguiente: “Gadafi es un hombre muy extraño y extravagante, ¿no? Pero no es estúpido. Lleva en el poder desde 1969, cuando yo era un bebé. Pero en 2003 pensó: ‘Esta gente invadió Irak y ahora puede venir aquí y a lo mejor hacen el cambio de régimen en Libia. Y eso significa yo. Y no me gusta’”. Y así fue como Gadafi, un malo muy malo, decidió cambiar y apoyar a Occidente en su lucha contra el terrorismo y abandonar sus programas de armas nucleares, biológicas y químicas.
Aznar no se esconde. Está orgulloso de sus ideas y de sus amigos. Cree estar por encima del bien y del mal y hasta el momento tiene motivos para hacerlo. Nadie ha conseguido que rinda cuentas ante la Justicia por su participación en la invasión de Irak, una guerra a todas luces sucia e iniciada por motivos que hoy sabemos sobradamente que fueron falsos.
Pero digámoslo claro. Esto que expone Aznar sin sonrojo alguno es lo que se ha estado dando hasta ahora. Todos los gobiernos europeos y el estadounidense han apoyado hasta hace muy poco a Hosni Mubarak, el dictador egipcio, a Ben Alí, el dictador tunecino, a Gadafi –cómo olvidar sus viajes a Europa con su guardia amazónica, su jaima y sus payasadas–. Lo único que ha llevado a apoyar, después de mucho dudar, el cambio en estos países, ha sido la constatación de su irreversibilidad. La sed de libertad de los tunecinos, los egipcios y los libios que no han querido aguantar ni un minuto más a los sátrapas que los gobernaban.
Para justificar sus palabras, Aznar ha vuelto a explicarse –esta vez en castellano, en un mitin en Estepona– y ha puesto el dedo en la llaga del partido socialista. Le ha recordado que los dos dictadores caídos hasta el momento, Ben Alí y Mubarak, pertenecían a la Internacional Socialista y, peor, mucho peor, le ha recordado también que algunas de las víctimas del dictador libio lo son gracias a las bombas de racimo cuya venta autorizó en 2007 el Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero. Y aquí está la cuestión. Tan grave es ser un fanático irresponsable y presumir de ello, como defender los valores universales, condenar las dictaduras y después permitir que se vendan las armas necesarias a uno de estos dictadores y acoger a los otros en la misma familia política. Aquí están atrapados prácticamente todos los partidos importantes de la Unión Europea y de Estados Unidos.
La derecha más rancia no tiene ningún problema en enseñar todas sus cartas. Lo más importante es tener aliados sumisos que velen por nuestro interés al precio que haga falta. Para conseguirlo tienen su arsenal teórico que justifica esta concepción utilitarista del mundo. Se trata de la teoría civilizacional. El mundo está dividido en civilizaciones buenas y civilizaciones malas. Y las malas son muy malas, nos odian y quieren acabar con nosotros y con nuestros valores. Entre estas hay una que es nuestro más feroz enemigo. La civilización musulmana, formada por fanáticos dispuestos a morir por su dios y por otros fanáticos menos malos a los que hay que apoyar. Sólo caben dos alternativas: la dictadura o la teocracia. Y ellos apoyan la dictadura. Eso sí, siempre que se pliegue a los intereses occidentales.
Así de ridícula y de maniquea es su visión del mundo. Pero no se esconden. Esto es lo que hay. Su principal valedor fue en su momento el presidente de EEUU, George Bush Jr., que se apoyó en ella para desencadenar su guerra sin tregua al “terrorismo islámico” y que le llevó a invadir Irak con la ayuda del mismo Aznar (en aquel entonces presidente del Gobierno español) y de Blair (presidente de Inglaterra en aquel entonces).
Más difícil lo tiene la izquierda. Especialmente aquella que tienen el suficiente apoyo para gobernar. Y creo que va siendo hora de pedirle coherencia. Una alternativa real y no sólo buenas palabras. No es mucho pedir que tengan una concepción del mundo más compleja y no nos propongan iniciativas cándidas como la alianza de civilizaciones y, sobre todo, que sean coherentes con sus ideas. Y si no pueden serlo, que cambien su concepción del mundo y nos digan claramente que existen las dictaduras buenas y las malas.
Bien mirado, todo continúa igual. En Bahréin, en Siria y en otros países, ningún país de Occidente va a mover ningún dedo para ayudarles. Al contrario, ya han dejado bien claro que su principal interés es la estabilidad (eufemismo de “que las cosas continúen igual”).
Conclusión: la concepción del mundo de Aznar es peligrosa e injusta, sí. En su momento fue un pésimo presidente del Gobierno español, sí. Pero él es coherente. Y ya sea en su inglés de Primaria o en castellano, expone sus ideas con claridad. Antes de alarmarnos por sus palabras, que también, pensemos en los hechos. Y estos nos dicen que tanto los gobiernos de derechas como de izquierdas de Occidente han contribuido activamente a que muchos dictadores del planeta sometan a su población a una vida indigna.
Confiemos, pues, en la fuerza de los pueblos, especialmente de los pueblos árabes en este momento, y deseémosles desde aquí toda la suerte.
Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor
Ilustración de Miguel Ordóñez

Jóvenes, árabes y orgullosos

13 feb 2011

SAID EL KADAOUI
La revolución popular que se ha iniciado en el mundo árabe, desprovista de proclamas religiosas y de ataques furibundos al imperialismo estadounidense es un golpe de aire fresco que nos permite soñar. Al fin una buena noticia desde la orilla sur del Mediterráneo. Lo mejor, lo más emocionante y esperanzador es ver a la juventud
–hombres y mujeres– reclamando codo con codo el fin de la dictadura y la instauración de un Gobierno democrático.
Algunos orientalistas recurren a la especificidad árabe y nos advierten de los peligros del islamismo radical. Pero lo cierto es que ahora ya nada tienen que decir o hacer. Por fin, la juventud árabe ha optado por decidir ella misma su futuro. Y yo lo celebro. Hasta el momento, el balance de lo que han conseguido es admirable. Primero, echaron del poder a un dinosaurio como Ben Alí, el hasta ahora presidente de Túnez, y ahora a otro dinosaurio, Hosni Mubarak, que llevaba 30 gobernando Egipto con mano de hierro.
No hay que olvidar que hace solamente unos meses todo el mundo asumía con resignación que su hijo Gamal iba a ser el próximo presidente de Egipto. Está claro, entonces, que estamos viviendo un momento histórico.
Esta buena noticia contrasta con un sentimiento pesimista que me invade desde hace un tiempo. Los problemas que acucian a una parte importante de la juventud magrebí en Europa empiezan a enquistarse y no auguran un futuro muy esperanzador. La exclusión, explícita o implícita, que esta sociedad les depara se complica aún más con una autoexclusión reactiva, muy extendida entre las clases marginales. Igual que ha sucedido con una parte importante de la población de etnia gitana, los magrebíes se defienden del odio exterior separándose de la sociedad y refugiándose en un gueto que los protege a la vez que les exige una fidelidad enfermiza.
El orgullo de ser magrebí o árabe que algunos jóvenes muestran en Europa los lleva a exaltar algunos valores que los de la otra orilla están luchando por erradicar. No es otra cosa que la construcción de una identidad defensiva, reaccionaria y empobrecida. En definitiva, una identidad prisionera de los estereotipos con los que buena parte de esta sociedad los etiqueta. A saber, musulmanes poco dispuestos a la mezcla, poco dotados para el estudio y muy refractarios a la integración en un país democrático.
Antes de continuar, permítanme recordar las observaciones del historiador marroquí Abdellha Laroui. En su libro El Islam árabe y sus problemas decía que existe un discurso europeo sobre los árabes y otro árabe sobre los europeos, y que ambos no emplean el mismo lenguaje, resultando así que cada una de las sociedades se hace una idea falsa de la otra. Se trata de la necesidad de creer en un contratipo para la toma de conciencia de la identidad cultural de un grupo dado. Concluía entonces que árabes y europeos no verán el comienzo de una nueva era en sus relaciones mutuas hasta que unos no dejen de representar el contratipo de los otros.
Lo jóvenes de los que hoy estoy hablando no pueden ser el contratipo de ellos mismos. Lo árabe y lo europeo forma parte de su identidad y solamente una capacidad crítica muy aguda puede salvarles de no sucumbir a la presión antagónica que sus dos pertenencias ejercen sobre ellos. Sería especialmente liberador para ellos que las dos sociedades se conocieran más.
Leer en la prensa, escuchar en la radio, ver en directo por la televisión y en los ordenadores a jóvenes árabes orgullosos de serlo y de participar en una auténtica revolución democrática me vuelve a infundir algo de ánimo.
¿Servirá también para abrir los ojos a estos jóvenes y sus familias atrapados en una identidad-prisión? ¿Dejarán por fin de creer que solamente existe una forma de ser árabe y musulmán? ¿Sabrán entender que los valores que promueve la democracia son universales? ¿Dejarán las familias que sus hijos tengan la suficiente autonomía como para decidir aquello que quieran ser? ¿Dejará la sociedad de reducir a cuatro estereotipos denigrantes sus países de origen? ¿Entenderá nuestra sociedad, sus políticos los primeros, la importancia que tiene para un desarrollo sano de nuestra juventud su no exclusión? En definitiva, ¿aprenderemos algo de esta sed de libertad y de autonomía que de forma tan ejemplar nos está mostrando una parte muy importante de las sociedades árabes?
En un reciente artículo publicado en Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet afirma que esta sublevación de los pueblos árabes es una formidable lección para esta Europa que los define en términos maniqueos. Es decir, como masas dóciles sometidas a corruptos sátrapas orientales, o como muchedumbres histéricas poseídas por el fanatismo religioso.
Mi esperanza es que esta revuelta sirva, primero, para deshacerse de estos sátrapas y empezar una nueva etapa de la historia en la que un país árabe no sea sinónimo de dictadura, y en segundo lugar para que los jóvenes de esta otra orilla del Mediterráneo dejen de identificarse con esta descripción maniquea y se centren en luchar contra esta exclusión denigrante. A diferencia de los jóvenes que hoy contemplamos con admiración en nuestras televisiones y ordenadores luchando por deshacerse de los dictadores, aquí, a pesar de algunas deficiencias, vivimos en estados democráticos que permiten la participación ciudadana. Bueno sería que lo aprovecháramos para llevar a cabo más acción participativa, más propuestas, más debate crítico y menos reacción maniquea contra la exclusión.
Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor
Ilustración de Diego Mir

Túnez, los árabes y la democracia

25 ene 2011



SAÏD EL KADOUI
Un policía confisca las frutas y legumbres que un joven vende en la calle para subsistir. El joven tiene una licenciatura pero sabe que no se vive del aire. Dado que no encuentra un trabajo acorde a sus estudios y ambiciones, trabaja de vendedor ambulante. ¿Cuántos jóvenes árabes deben de encontrarse en esta misma situación? ¿Cuántos de ellos habrán sufrido en su piel la humillación del poder arbitrario? La policía de una dictadura siempre es temible. Nada se puede hacer contra ella si no se está dispuesto a pagar un precio muy alto. Mohamed Bouazizi dijo basta. Se quemó a lo bonzo, murió varios días después y su indignación se extendió como la pólvora. Entonces buena parte de la sociedad tunecina, encabezada especialmente por jóvenes, muchos de los cuales sobradamente preparados académicamente e infravalorados por las élites que gobernaban el país, también dijo basta y salió a la calle.
Faltaría a la verdad si no dijera que me embarga la emoción y me conmueve comprobar que la injusticia puede combatirse y no ser aceptada como algo inevitable ad aeternum. No sé qué final tendrá esta historia pero, suceda lo que suceda, era necesario decir basta. Seguramente la sociedad tunecina ganará mucho en autoestima: ha sido capaz de echar a un dictador de forma ejemplar. Hay que lamentar, y mucho, las víctimas producidas por la represión sufrida y espero que Mohamed Bouazizi acabe pasando a la historia como la persona que dio rienda suelta a la sed de libertad del pueblo tunecino y contribuya a dignificar la memoria de todos los que murieron reivindicándola.
Esta es la primera revolución democrática de un país árabe después de la descolonización. ¿Se puede pensar que pueda ser extensible a otros países vecinos y, en general, a todos los países árabes? Cada país tiene también sus especificidades que merecen ser atendidas. La más importante de Túnez, en mi opinión, es su sistema educativo, inspirado claramente por los valores del mundo moderno. No sucede lo mismo en el resto de países árabes. Pero, sin duda, buena parte de las condiciones que han generado la revuelta (y que se resumirían en una palabra que muchos articulistas han utilizado para describir a esta dictadura: la cleptocracia) están bien arraigadas en buena parte de estos países, si no en todos. Utilizando la terminología de Hicham Ben Abdallah El Aloui, los países árabes se dividen en tres categorías. Primero estarían los regímenes “cerrados” (Libia, Siria, etc.) donde no se pierde el tiempo aparentando pluralismo. Después estarían los regímenes “híbridos” (Argelia, Egipto, Jordania, Marruecos, Sudan y Yemen) y finalmente los regímenes “abiertos”, cuyo único caso era, según el autor, Mauritania. Teniendo en cuenta que esto lo afirmaba en un artículo aparecido el mes de abril del año 2008, deduzco que ahora, tras el golpe de Estado perpetrado en este país en el mes de agosto de aquel año, el único régimen que catalogaba de abierto se cae del cartel.
Dentro de este contexto pétreo y desolador, el ejemplo tunecino es esperanzador. Parece obvio que la gente no se va a resignar a vivir bajo el yugo de la arbitrariedad y la falta de oportunidades eternamente. Y ya estamos viendo los primeros conatos de una posible revuelta más amplia. En Jordania, Egipto, Argelia e incluso en Libia, donde Muammar el Gadafi prestó su apoyo sin ambages al hasta ahora presidente tunecino, ya han empezado
a producirse algunas protestas.
El psicoanalista egipcio Moustapha Safouan sostiene que todo régimen de poder absoluto reposa sobre tres prácticas que le son consustanciales: la corrupción (sobradamente conocida y ahora evidenciada por los cables de Wikileaks), la represión y la censura. Lo decisivo, afirma, es que nuestros déspotas de hoy no pueden ejercer sus actos de represión con toda la seguridad que les proporcionaba la censura. Gracias a la revolución electrónica, el mundo puede observar en directo aquello que está sucediendo.
Esta es, a mi juicio, la gran razón que puede hacer pensar en un efecto, si no dominó –porque no creo que sea algo inmediato– sí mimético en otros países árabes.
Otra lección que la gente puede extraer de esta revolución tunecina es que si se quieren cambios, solamente pueden ser generados desde la propia sociedad. De Europa ha quedado más que probado que no van a obtener ayuda. Las libertades, los derechos, la igualdad de oportunidades y, en definitiva, la democracia, la quiere para sus adentros –algunos de estos logros en peligro actualmente, por cierto–, pero no necesariamente fuera de sus fronteras. Al contrario, su actuación ha puesto en evidencia que lo que espera del Sur del Mediterráneo es tener repúblicas bananeras haciéndole el trabajo sucio.
Todo esto ha evidenciado la revuelta de Túnez. Sólo deseo que tenga un final feliz. Y este no puede ser otro que la instauración de un Gobierno democrático. Y para los que crean que la democracia no es compatible con el Islam y los árabes, quiero recordarles las palabras que un parlamentario italiano le dijo a Moncef Marzouki, uno de los históricos opositores al régimen que anunció su candidatura a las futuras elecciones tunecinas el día 17 de enero, según recogía el rotativo francés Le Nouvel Observateur. Tras comentarle su desagrado por esta visión un tanto despectiva con el mundo árabe, el parlamentario le explicó que él recordaba cómo antaño algunos ingleses discutían de forma muy seria la incompatibilidad entre la “latinidad” y la democracia. Observad todos esos españoles, portugueses e italianos, decían. No es por azar que viven bajo una dictadura. ¡Ah, la historia!
Saïd el Kadaoui es psicólogo y escritor
Ilustración de Patrick Thomas

Cristianos y musulmanes

16 ene 2011

SAÏD EL KADAOIU
Vivir con miedo o el exilio. No parece haber más opción para los cristianos de algunos países de Oriente, especialmente para los asirios iraquíes y los coptos egipcios. La cadena de atentados perpetrados en las postrimerías del año pasado parece dejarles sin buenas perspectivas de futuro.
Después del atentado de final de año en Alejandría, Egipto, con 21 víctimas mortales, el presidente Hosni Mubarak señaló de inmediato a las organizaciones salafistas de fuera del país como las causantes de esta sangría, pero ahora parece ser que las pesquisas se centran en un grupo fanático local inspirado por las ideas de Al Qaeda.
Cualesquiera que sean los autores materiales de este terrible atentado, lo que pone en evidencia son dos cosas: la presencia de fanáticos dispuestos a dificultar al máximo la convivencia y conseguir que los cristianos dejen su casa, y la discriminación histórica de una parte importante de la población –la minoría cristiana– en Egipto y en prácticamente todos los países musulmanes. En el mejor de los casos, esta minoría ha sido tolerada pero no integrada como parte esencial de la identidad de estos países.
Hasni Abidi, politólogo y director del Centre d’études et de recherche sur le Monde arabe et méditerranéen (CERMAN) en Ginebra, escribía en un reciente artículo publicado en Le Monde que decir que la presencia de cristianos debe ser tolerada en el mundo árabe es, en el fondo, profundamente injusto. Los cristianos han pertenecido siempre a la tierra que los ha visto nacer y crecer, la tierra de sus antepasados. No son, pues, una minoría religiosa venida de fuera y con la que hay que mostrarse compasivos. Están en sus países y allí deben de quedarse. En este mismo artículo, el autor afirma que un diálogo de culturas a nivel internacional no tiene ninguna oportunidad de éxito si no se aplica el mismo paradigma en el plan nacional.
Pero, y he aquí la cuestión, ¿cómo promover la conciencia de la propia complejidad –diversidad– en países donde el sistema político es mayoritariamente de partido único? Este es otro de los retos ciclópeos a los que se deben enfrentar estos países que, por otra parte, no parecen estar por la labor. Más bien lo contrario. El ejemplo egipcio es paradigmático. Todo parece indicar que el poder pasará a manos del hijo del actual presidente, estrangulando una vez más las ansias de libertad de buena parte de la población.
Moncef Marzouki, en su libro Le Mal arabe distingue de forma esquemática cuatro estrategias de supervivencia de los países árabes: 1. Las monarquías más o menos abiertas a la modernidad, como sucede en Marruecos o en Jordania, introducen, según el autor, reformas superficiales y no cambian nada en lo esencial. 2. Los estados del Golfo que tratan de sobrevivir comprando la sumisión del pueblo con el dinero del petróleo y se ponen bajo la protección militar de EEUU (ejemplo de democracia donde los haya). 3. Los regímenes que utilizan las viejas técnicas de represión (cita como ejemplo a Siria y Libia) Y 4. El régimen tunecino que , según Marzouki (tunecino exiliado en Francia), es un caso a parte. Es la única dictadura del mundo cuya ideología es la democracia y los derechos del hombre. Su lema parece ser: no pudiendo evitar la democracia, falsifiquémosla.
No sé dónde situaría Marzouki los casos de Egipto, Algeria y otros países musulmanes no árabes, pero seguramente todos ellos podrían caber en alguna de estas cuatro estrategias.
Mientras esto no cambie, pocas posibilidades hay de reconocer la propia complejidad. Por tanto, el primer responsable de esta discriminación y de tantas otras que se producen (mujeres, minorías étnicas, homosexuales, etc.) es esta estructura dictatorial del poder, más incluso que los fanáticos que se inmolan esperando profundizar en la división entre comunidades.
Y si me lo permiten, nosotros, es decir, nuestros países, tampoco estamos exentos de responsabilidad. Vendemos buenos valores pero vamos a buscar el dinero (o petróleo, gas, etc.) allá donde esté. Lo de menos es saber de dónde procede. Lo más importante es que nos permita continuar con nuestro ritmo de vida. Es decir, contribuimos activamente a que todo permanezca igual o empeore.
Tras publicar mi artículo Los nacionalismos defensivos, aparecido en esta misma sección el 1 de junio de 2010, un conocido con el que algunas veces he compartido inquietudes por el presente y futuro de Catalunya, me escribió diciéndome lo siguiente: “Dices que hay que acabar con los oratorios indignos que abundan en todos los rincones de nuestro país y construir las mezquitas necesarias. Me gustaría saber tu opinión sobre la expulsión de Marruecos de un empresario que genera riqueza con la excusa de hacer proselitismo cristiano. Me gustaría saber tu opinión sobre tantos países musulmanes en que los cristianos son humillados, denigrados y/o perseguidos”. Espero haberle respondido bien con este artículo y le pediría a él (una persona docta, por cierto) y a todos los ciudadanos europeos que no confundan las cosas. En mi caso escribo más sobre los retos que tenemos aquí en Europa por una sencilla razón: vivo aquí. Esta es la realidad que más conozco. Este es mi país y mi continente, pero ni mucho menos apruebo todo lo que sucede al otro lado.
Aún así, considero importante su interpelación. Las dictaduras y los fanáticos nos lo ponen difícil también a los que defendemos la dignificación del islam en Europa. La lucha por la igualdad de derechos de todas las personas es, como prácticamente todo hoy en día, global.
Saïd el Kadaoiu es psicólgo y escritor
Ilustración de José Luis Merino

Las rentas de la xenofobia

10 dic 2010

SAÏD EL KADAOUI
La casualidad ha querido que el día escogido para escribir este artículo, en pleno puente de la Purísima, haya tenido dos conversaciones interesantes con dos personas que más o menos me explicaban lo mismo. Por una parte, Farida me dice que Julia, una amiga suya, se le había quejado amargamente de que los
marroquíes acaparaban muchas de las ayudas que dan los servicios sociales. Hoy en día, le dice Julia, hay que ponerse un pañuelo antes de ir a visitar a la trabajadora social. Tras calmarla y pedirle explicaciones, Julia le dice que a X (una mujer marroquí) le habían dado un vale para canjearlo por unos zapatos mientras su marido anda presumiendo, llaves en mano, de un coche que ella no se puede permitir.
Por su parte, Marta, mujer jubilada y que dedica parte de su tiempo colaborando con Cáritas, me dice que existe la percepción de que a los inmigrantes se les da más ayuda que al resto. Y no siempre son las más necesitados.
Estas dos conversaciones me han recordado las palabras de
S. H. Foulkes, psicoanalista experto en grupos. Decía que el extranjero despierta en lo más profundo de nuestro ser la rivalidad que el niño experimenta con la llegada de un hermano.
Este es uno de los sentimientos que han intentado explotar tanto el partido xenófobo Plataforma per Catalunya (PXC) como el Partido Popular (PP). A juzgar por los resultados, no les ha ido del todo mal. Plataforma ha estado a punto de conseguir entrar en el Parlamento catalán (ha conseguido más de 75.000 votos) y el PP ha conseguido sus mejores resultados en unas elecciones catalanas y aumentado en cuatro escaños los 14 que había ganado en las anteriores elecciones.
PXC es un partido marginal claramente xenófobo que culpa al inmigrante de todos los males de Catalunya. Primer els de casa (primero los de casa) ha sido su eslogan en estas elecciones. Y el PP ha decidido ensayar en estos comicios la estrategia que en su momento utilizó Le Pen en Francia para disputarle el voto a la izquierda en los barrios más humildes. Están muy contentos con los resultados y ya nadie duda de que, si es necesario, lo volverán a hacer en las próximas elecciones generales.
Alicia Sanchez-Camacho, la candidata del PP a presidir la Generalitat de Catalunya, con el aval de la dirección nacional del partido, ha hecho afirmaciones a lo largo de la campaña que bien podrían ser los exabruptos de una persona racista cualquiera. Y en cuanto a las propuestas, tuvo la feliz idea de proponer un contrato de convivencia, que vincularía la renovación del permiso de residencia al certificado de buena convivencia que tendrán que ir expidiendo los ayuntamientos y en el que se tendría en cuenta, entre otras cosas, que no tuvieran quejas de sus vecinos.
¿No estamos en un Estado democrático? ¿No tenemos todo un armazón jurídico para mediar entre las partes en los conflictos leves y para condenar a aquellos que incurran en delitos?
Mariano Rajoy, por su parte, respaldó estas medidas porque eran exactamente las mismas que él propuso en las elecciones generales de 2008, incluyendo también, como en estas últimas elecciones, el compromiso de la persona inmigrante a retornar si durante un tiempo no conseguía un empleo.
Y la anécdota siniestra ha sido el videojuego –finalmente retirado– en el que Alicia Sánchez-Camacho, bajo el alias de Alicia Croft, mataba a inmigrantes ilegales y a independentistas.
Eso sí, que quede claro, como ha repetido hasta el hartazgo la presidenta del PP catalán, ellos no son xenófobos, son sinceros. Lo único que hacen es decir lo que la gente piensa. El PP no es PXC. A mi juicio, el caso del PP es más grave porque aspira a gobernar este país. Debería medir mucho más su discurso. Si le importara la cohesión social no se lanzaría como lo ha hecho a las manos de García Albiol, político de segunda fila populista, primario y que parece ser una mala copia del mismo Anglada (el líder del PXC).
En tiempos de crisis es especialmente importante no echar más leña
al fuego, porque mucha gente compite por los mismos recursos.
Si bien una parte de la rivalidad que evidencian los ejemplos comentados se debe a percepciones subjetivas más que a la realidad, no tenemos que negar que, en ocasiones, esta percepción es real. A mi juicio, algunas de estas ayudas tratan de compensar la marginación a la que condenamos a las minorías. El resultado no puede ser peor: no se ayuda a la gente a salir de la marginalidad, más bien lo contrario. Se les subvenciona permanecer en ella y se favorecen disputas entre la gente más humilde.
¿Puede la izquierda competir con el discurso xenófobo del PP? ¿Puede hacer algo la izquierda para combatir esta rivalidad, que puede ser muy dañina?
En un artículo en esta misma sección publicado el día 29 de noviembre, el profesor Carlos Mulas- Granados, director de la Fundación Ideas, hacía propuestas que me han parecido sumamente interesantes. Decía que la nueva agenda social debe transitar progresivamente de una lógica de protección
a otra de reactivación. Hay que conseguir, añadía, que los servicios de empleo sean agentes de oportunidades y no meros tramitadores de subsidios y proponía elevar el número de desempleados que reciben cursos de formación para que un 50% de los parados lleve a cabo actividades formativas. Yo añadiría que los servicios sociales deben ser muy transparentes con los criterios que se siguen para dispensar las ayudas, por muy miserables que sean y, sobre todo, trabajar conjuntamente con los servicios de empleo para favorecer que las ayudas siempre estén condicionadas a la formación y sean temporales.
Los celos inevitables de los hermanos se hacen más soportables y se superan mejor cuando los padres son justos y claros.
Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor
Ilustración de Iker Ayestarán

Multiculturalidad

29 oct 2010

SAÏD EL KADAOUI
Durante su reciente intervención en las jornadas de la Joven Unión –el congreso que aúna a las nuevas generaciones de cristianodemócratas (CDU) y cristianosociales (CSU)–, la canciller alemana, Angela Merkel, dijo que los intentos alemanes de construir una sociedad multicultural habían resultado ser un fracaso total.
En lo que supone un guiño al sector más reaccionario, justificó sus palabras, como ya es costumbre en muchos políticos y ciudadanos, opinando sobre la peor cara de la inmigración (matrimonios forzados, gente que no habla el alemán, niñas que dejan de ir al colegio etc.). Dejó, empero, un pequeño espacio también para la autocrítica. Durante mucho tiempo, dijo, los sucesivos gobiernos no se habían detenido a pensar que los inmigrantes no sólo iban a Alemania a trabajar y marcharse (el archiconocido término Gastarbeiter –trabajadores invitados–), sino que lo hacían dispuestos a quedarse.
De sus palabras se deduce que ahora se proponer rectificar. Habrá que ver en qué dirección.
Sin estar de acuerdo con la canciller alemana, sí creo que, a diferencia de otros dirigentes europeos pertenecientes a su misma familia política (Partido Popular Europeo) como el presidente francés Nicolás Sarkozy o el italiano Sílvio Berlusconi, ella está pensando en otras fórmulas algo más elaboradas que la simple expulsión o persecución a la que nos tienen acostumbrados estos dos mandatarios. En su caso, parece más un difícil juego de equilibrios para satisfacer a todos los militantes de su partido.
Hay que reconocerle que haya apoyado las palabras del presidente alemán –Christian Wulff–, que había dicho unos días antes de su discurso en Postdam que el Islam formaba parte de Alemania. Se trata de una afirmación sensata y lógica –habida cuenta del gran número de alemanes musulmanes–, pero que tiene su coste político, un coste que la canciller alemana ha asumido. No es poco teniendo en cuenta que en buena parte de Europa el discurso antimusulmán, antes reservado a los partidos de extrema derecha, ahora forma parte de los partidos de centro derecha.
A pesar de que el fútbol es un deporte que sigo, aunque de forma desapasionada, no les hablaré del habilidoso futbolista turco-alemán Mesut Özil, integrante de la plantilla del Real Madrid y símbolo de la integración de los inmigrantes en Alemania. Les hablaré del otro símbolo, de Fatih Akin. Mi admirado realizador de cine.
Prácticamente toda su filmografía es un incursión honesta y sin concesiones bienintencionadas en el complejo mundo de la doble pertenencia. Su impactante filme Gegen die Wand (Contra la pared) –premiado como mejor película en la 17ª edición de los Premios del Cine Europeo– es un rico muestrario de los tropiezos de dos personas en las que esta doble pertenencia (turca y alemana) coexiste de forma fragmentada. Ambos, después de experiencias extremadamente dolorosas, acaban en Turquía buscando una parte de ellos mismos que les falta. Y en otra de sus películas, Auf der anderen Seite (Al otro lado) –premio LUX, otorgado por el Parlamento Europeo–, vuelve a abordar el tema de forma magistral. Esta vez con una narración polifónica, más pausada en el ritmo pero igualmente intensa en el contenido. En esta ocasión se trata de la búsqueda del origen de alguien que bien podría considerarse un ejemplo de integración. Un alemán con ascendencia turca amante de Goethe.
He pensado en Fatih Akin y me alegro de haber tenido la oportunidad de mostrar mi admiración por su obra, porque sus películas nos hablan de la búsqueda irremediable de aquello que somos, de nuestras raíces y de la compleja identidad múltiple y mestiza. En definitiva, de cómo las personas necesitamos saber de dónde venimos para tener más claro hacia dónde vamos. La integración nunca debe significar desconexión con el origen. Al contrario, una verdadera integración pasa también por una lealtad crítica con este.
Lo multicultural, lo intercultural y la integración forman parte de todas las culturas. Toda cultura es a la vez muchas culturas (multi) que se contaminan, dialogan, discuten y se mezclan (inter) y acaban formando a su vez una nueva cultura compleja y diversa (integración). No está de más recordar aquí que el significado de la palabra integrar es justamente este: hacer un todo o un conjunto con partes diversas.
Así que no me voy a entretener en discusiones académicas sobre los conceptos de multiculturalismo, interculturalidad e integración. El tiempo apremia. La convivencia es posible, entre otras cosas, porque no tenemos alternativa. La persona que no puede integrar sus diferentes voces en su personalidad, enferma, se encierra en sí misma, se deprime, o se rompe y fragmenta (psicosis). Algo parecido le ocurre a la sociedad. Diferentes personas, con diferentes orígenes, diferentes culturas (que a su vez son múltiples y complejas) han de poder compartir un mismo corpus social. De lo contrario la sociedad se resiente y enferma.
Me permito cambiar de enfoque. No es mirando a las culturas que resolveremos la cuestión. Es garantizando la no exclusión y la plena ciudadanía (que no significa otra cosa más original que la famosa receta: derechos y deberes). Es decir, ir cerrando las puertas a la exclusión que se ceba en los más débiles (de forma especial en los migrantes y sus hijos) y abriendo las puertas a la participación ciudadana activa junto con la aplicación de la ley civil (igual para todos). Este es, a mi juicio, el único camino.
El paternalismo, la xenofobia, el fanatismo, el machismo, el nacionalismo excluyente son lacras que hay que combatir. No valen los refugios culturalistas.
¡Qué fácil es ver el camino y qué difícil recorrerlo!
Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor
Ilustración de Patrick Thomas

Vivir entre integrismos

03 oct 2010

SAÏD EL KADAOUI
Hablar del reverendo pirómano, no hablar del reverendo pirómano… Así, como quien deshoja una margarita esperando encontrar la respuesta a un dilema, han transcurrido mis días posteriores a la noticia que recogía por primera vez la propuesta de quemar ejemplares del Corán el pasado sábado 11 de septiembre, coincidiendo con el noveno aniversario de los atentados del 11-S, realizada por el pastor protestante Terry Jones. Un auténtico desconocido hasta la fecha y que hoy debe de ser una de las personas más nombradas del mundo. Su particular piromanía selectiva así lo ha querido.
Hablaré de él, pero solamente como síntoma visible de una enfermedad muy grave y, desgraciadamente, muy extendida: el fanatismo (que puede cursar con piromanía, pulsiones aniquiladoras, apoderamiento de Dios, etc.).
En su ensayo (o conjunto de ensayos, para ser más exactos) Reflexiones sobre el exilio, Edward Said dedicó una contundente crítica a la teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington. Entre otras muchas cosas, señalaba lo habitual que ha llegado a ser entre la gente hablar en nombre de vastas abstracciones. Occidente, Islam, confucionismo, etc., obviando, y es una de las críticas más repetidas a la teoría de Huntington, las abrumadoras evidencias de que el mundo de hoy día es, de hecho, un mundo de mezclas, de migraciones y cruces de fronteras. Y lo más interesante: estas divisiones que reafirman la identidad grupal se producen, decía Edward Said, en épocas de profunda inseguridad.
Y la inseguridad genera miedo y el miedo división, y así andamos metidos en nuestra particular calle ciega. La solución es tan compleja como fácil de formular, y también la enunciaba Edward Said en este mismo ensayo: participar todos de una mentalidad global que tenga en cuenta los peligros a los cuales nos enfrentamos desde el punto de vista de la raza humana en su conjunto. No parece que estemos en este camino.
Que el pirómano selectivo haya acaparado tantos focos y haya generado tantas reacciones (ha estado en la boca y en la agenda de personalidades tan importantes como los presidentes y jefes de Gobierno de innumerables países, el mismísimo Obama entre ellos) da miedo. Mucho miedo. ¿En qué mundo vivimos?
En esta nuestra parte del mundo (demasiado dada a verse por encima del resto), es evidente que se está cocinando, y desde hace ya mucho tiempo, un desprecio humillante a todo lo musulmán. Cosa que nos obliga a muchos a convivir con la nada agradable situación de tener que explicarse a cada paso.
En su libro Cubriendo el Islam, publicado mucho antes de los atentados del 11-S, Edward Said ya nos anunciaba que la cobertura informativa del Islam que se hace en Occidente es una actividad parcial que, muy frecuentemente, desdibuja lo que “nosotros” hacemos y destaca lo que los musulmanes y árabes son por su defectuosa naturaleza.
Pero, francamente, la noticia del pirómano selectivo y todo el ruido generado a su alrededor me ha llevado a preguntarme, una vez más, sobre el estado actual de los países musulmanes y árabo-musulmanes. ¿Será cierto que su problema más grave es el desprecio de su religión por parte de su abominado Occidente? ¿No hay otros motivos para salir a la calle?
Esas manifestaciones que nos estamos acostumbrando a ver por la televisión esconden muchas otras frustraciones y seguramente, mucho más importantes.
En un interesante artículo publicado en Le Monde diplomatique, con el sugerente título de “Intelectuales árabes entre estados e integrismos”, Hichham Ben Abdallah El Alaoui afirmaba que con la emergencia de los movimientos fundamentalistas nació una norma que prácticamente todo el mundo denomina salafismo. Esta visión rigorista del Islam, dice, encarna la resistencia a la occidentalización y al neocolonialismo y ocupa un lugar cada vez más importante en la identidad árabe. Por otra parte, señalaba que el Estado árabe moderno ha aceptado la salafización de las normas sociales en materia de costumbres y comportamientos (presiones a favor del velo, etc.), y consolida su política de alianza tácita con los ulemas y guardianes oficiales del Islam que se muestran más preocupados por obtener favores del régimen que por reformarlo. Y los intelectuales, ¿qué papel juegan? Interesante observación la que hace Hisham Ben Abdellah: los gobernantes no tienen nada que temer mientras sus intelectuales abracen causas consensuales como Palestina e Irak en lugar de comprometerse en el terreno de la vida política nacional.
Así es que el cambio que necesita cada uno de los países que componen esta entidad que denominamos mundo árabe está huérfano de discurso.
Observo con mucho interés la irrupción en la política egipcia del premio Nobel de la Paz Mohamed ElBaradei y espero que su Coalición Nacional por el Cambio, con la que están comprometidos muchos egipcios, pueda presentarse a las elecciones presidenciales del año que viene. Sería una fantástica inspiración para el resto de los países árabes. Su particular “Yes, we can”.
Resumiendo: los pirómanos de nuestras democracias narcisistas encuentran cada vez más apoyos de intelectuales al servicio de la división y más focos de los mass media. Y los pirómanos del otro lado –en connivencia con sus estados autocráticos y sin la oposición de la clase intelectual– controlan y manipulan las vidas de las gentes sencillas.
Mientras tanto, una buena parte de la ciudadanía de todo el globo observamos con inquietud este mundo atrapado entre integrismos varios, estados autocráticos que se sirven de ellos y democracias que excluyen a todo aquel que juzguen como
diferente.
¡Que Dios nos coja confesados! (o mejor, que Dios nos deje en paz).
Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor
Ilustración de Alberto Aragón

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