La exclusión social de la población foránea llegada a los barrios alimenta su encierro en sí misma
Martes, 17 de enero del 2012El asesinato de Ibrahima Dyey, un senegalés de 31 años originario de Saint Louis, en el barrio del Besòs a manos de un hombre de etnia gitana me cogió leyendo un libro que recomiendo vivamente: Paseos con mi madre, del escritor Javier Pérez Andújar. Una preciosa reflexión sobre el paso del tiempo y la identidad marcada por la periferia. Y un gran homenaje a Sant Adrià de Besòs.
FRANCINA CORTÉS
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Información publicada en la página 8 de la sección de Opinión de la edición impresa del día 17 de enero de 2012 VER ARCHIVO (.PDF)Este artículo no hablará de la responsabilidad individual que, naturalmente, se encuentra en todo acto perpetrado por una persona. De lo que me interesa hablar es de la democracia de la que habla Pérez Andújar y de cómo la exclusión puede generar conflictos graves.
Al conseller Puig no se le escapará el hecho de que en Can Barça la diversidad puede que genere algún conflicto, pero nada que ver con las alegrías que depara. Y que la diversidad de la zona alta de Barcelona, que existe, no genera hechos noticiables. Es decir, que, si entiendo bien al conseller, y copiando a Pérez Andújar, para ser diverso solamente hace falta ser pobre. Estamos hablando, pues, no de diversidad sino de pobreza, marginación y exclusión. Si es así, estoy de acuerdo con el conseller.
Y si hablamos de esto, es necesario que en estos barrios se fomente la ciudadanía activa, la de la democracia real de Pérez Andújar. Que tanto los que ya estaban hace mucho tiempo (como mucha de la población gitana que allí vive) como los más nuevos (como es el caso de los senegaleses, chinos, marroquís, etcétera) luchen por conseguir mejorar su entorno.
La cruda realidad es que no será el poder (que, como un péndulo, se va moviendo entre la beneficencia y el olvido más absoluto) el que arregle nada. Deberá ser la propia gente de los barrios. Los pensionistas tendrán que dar el relevo a una gente joven multicolor que se volverá a encontrar con las mismas dificultades -o si me permiten decir todo lo que pienso, con muchas más- que ellos.
Algunos expertos hablan de una negativización de la propia identidad de las minorías cuando no se permite su inclusión social. Un hecho que, entre otros muchos factores, se debe a la identificación con la imagen denigrada que tiene de ellas la sociedad y que da lugar al reforzamiento de la identidad étnica. Y cuando en estas mismas condiciones de exclusión vive gente de diferentes procedencias, lo que puede pasar es un cierre aún mayor y el reforzamiento de la identidad de clan (similar a la identidad prisión de la que hablaban algunos autores franceses, concepto que, por cierto, acuñaron para describir la realidad de una parte de los inmigrantes españoles, entre otros). Justamente lo que hay que intentar evitar.
Los jóvenes que allí viven tienen dos grandes caminos a seguir: el de la lucha por la democracia o el del encierro en un solo grupo de pertenencia. Es decir, el de la ciudadanía o la identidad de clan.
Y ya que no vivimos, como hace unos años, una época de vacas gordas y somos conscientes de que estamos en épocas de cerrar servicios y de derogar leyes que comprometían inversiones en los barrios, sí podemos exigir algo más de complejidad en el discurso. Especialmente, en el de los políticos. La diversidad genera conflictos, sí, como casi todas las cosas importantes en la vida; los barrios conflictivos existen y los delitos son responsabilidad de la persona que los comete, efectivamente. Tan verdad es eso, sin embargo, como que necesitamos (el poder necesita) construir la figura del otro en la que verter nuestra propia miseria. Y, casualmente, este otro suele vivir en barrios periféricos como el Besòs.
Psicólogo y escritor
link El Periódico
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