Aquí tenéis el artículo que publiqué el 24-7-2009 sobre el escritor marroquí Abdellah Taïa:
El día 16 de junio, el escritor marroquí afincado en París Abdellah Taïa
estuvo en Barcelona presentando la traducción al castellano y al
catalán de su libro Une mélancolie arabe.
Unos
meses antes, le había mostrado mi admiración y apoyo tras haber leído
una carta abierta dirigida a sus hermanos y, especialmente, a su madre
(la eterna M’Barka, presente en todos sus escritos) publicada en la
revista marroquí Tel quel.
Marruecos,
le comenta a su madre, no son los otros, el Gobierno, los religiosos,
los mezquinos, los celosos… Marruecos es él y ella. El cambio empieza
por ti, le comenta más adelante. Y por ti, por mí, por nosotros, pienso
mientras lo leo.
Se lamenta del sufrimiento de su familia y, en
un arranque de sinceridad conmovedor, le hace saber que nunca ha
pretendido avergonzarla y que lo único que busca es decir la verdad,
salir de la sombra y existir. Existir siendo lo que es: una persona
inquieta, con proyectos y talento para llevarlos a cabo y no escondiendo
su condición de homosexual.
Se lamenta de que mientras el mundo
hace autocrítica, se mueve, recibe a Barack Obama con una inmensa
esperanza, Marruecos siga con la vieja receta del miedo para impedir
cualquier cambio. ¿No merece una verdadera modernidad?, se pregunta, y
critica a los inmovilistas que se apropian de la identidad marroquí e
impiden cualquier pensamiento crítico.
A su vez, también le hace
saber a su entronizada M’Barka que no está solo. Algo ha empezado a
moverse. Precisamente de esto habló en su presentación y lo ejemplificó
con el hecho de que sus libros también se venden en Marruecos, viaja con
frecuencia allí y habla de la misma forma que lo hace en cualquier país
europeo: sin embudos. Solamente este hecho, no hubiera sido posible
hace diez años, como reconocía él mismo.
Hasta el día de la
presentación sólo había hablado alguna vez con él vía e-mail. Al
encontrármelo en directo, me llevé la sorpresa de comprobar que su
aspecto era más frágil del que había imaginado. Cometí el error de creer
que
las personas decididas, en su caso revolucionarias incluso, tenían un aspecto acorde a la fuerza de sus ideas.
Un aspecto frágil, un mundo interno según él mismo refiere caótico y, en cambio, una persona con una determinación admirable.
Su
decisión de escribir sin seudónimo le ha valido tanta admiración como
desprecio en su querido (y el mío también) Marruecos y un doloroso
distanciamiento con su familia.
A mí lo que más me conmueve de
sus libros no es tanto las historias de amor homosexual (que son
historias de amor a secas unas veces, de sexo y lucha otras y de
contradicciones siempre) sino la descripción que siempre hace de ese
mundo mágico, fascinante y también perverso, a veces, que habita en el
Marruecos tradicional. Es difícil no sentirse agradecido con él cuando
se ha conocido ese mundo. Lo describe con tal claridad que uno revive
las sensaciones y la magia con que está cargado este Marruecos tan
contradictorio como inasequible a la razón.
Abdellah es
considerado un peligro por toda la retahíla de pseudo-intelectuales,
pseudo-religiosos y pseudo-políticos (de los que hay muchísimos en
Marruecos) precisamente por hablar sin ambages de dos temas molestos: la
homosexualidad, considerada todavía como una enfermedad por buena parte
del país, y el Marruecos profundo.
Él sabe que no es mirando a otra parte como se avanza, sino asumiendo todo aquello que somos.
Abdellah
lo muestra con la delicadeza y el amor del que no reniega de nada de lo
que es y con la decisión del que quiere cambiar las injusticias. Como
le dice a su madre en su carta, no le gustan los enfrentamientos
inútiles, pero está a favor de las batallas necesarias. Esta, desde
luego, lo es.
Marruecos sigue siendo un país muy conservador,
pero también es Abdellah y todos los que como él luchamos (desde el
propio país o desde fuera) por la igualdad de los seres humanos y que
anhelamos un país realmente democrático.
Querido Abdellah, nous luttons ensemble! (¡luchamos juntos!).
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